A. A.

Que en el país de los ciegos el tuerto es el rey es una mentira piadosa que jamás se ha aplicado a España. Este artículo no piensa arremeter contra la Corona, pobrecita, ya recibe demasiados palos, pero sí va a demostrar que nuestros gobernantes no se significan por tener más valía que el pueblo, sino más bien un poco menos (aunque tal vez no demasiado, perdonen mi misantropía).
Estos días seguir la actualidad política es como seguir el Carrusel deportivo, el minuto y resultado en el circo de infinitas pistas que es España arroja siempre novedades y decepciones. En estos momentos en los que se habla tanto de distopías, nuestro país jamás se había encastillado tanto en el sainete y en la más grotesca antimodernidad. Existe un espíritu español, mal que nos pese a algunos, que no sabe de tecnologías, pero sí de esperpento. Mientras todo el mundo piensa en la sociedad orwelliana que se nos viene encima nosotros, seguimos siendo ese vecino trasnochador y molesto que cuando sale a recibir al cartero lo hace en camiseta y calzoncillos. Unos calzoncillos, además, decorados con una ominosa gota de orina. España es un pobre diablo en paro, sin edad para enfrentarse de nuevas al mundo laboral y con un problema de personalidad múltiple que a ratos le hace ser un rentista arruinado nostálgico del régimen o bien un comunista necio que todavía no se ha enterado de que Lenin es una momia en la Plaza Roja.

Nuestro feísmo y ridiculez ha vuelto a escena con un asunto que ha entrado de puntillas en la prensa y que supone un verdadero quebradero de cabeza. No por su complejidad, sino por la cuidadosa red de mentiras y la poco medida confusión con la que viene difundiéndose. El asunto Dina tiene los ingredientes para formar parte de nuestra historia negra. Este grasiento cuento de hadas comienza cuando el excomisario José Manuel Villarejo, fontanero de honor en las cloacas del Estado, cayó en desgracia. Como buen agente en la sombra no había lugar húmedo y siniestro que no frecuentara. Empezamos oír hablar de él en el caso Nicolás, nos volvió a sonar su nombre vinculado con el ático de Ignacio González, se asomó de nuevo en la Operación Cataluña, en la Tándem, en el caso Pinto e incluso cuando le acusaron de ser el que tiró la cerilla en el edificio Windsor. Aficionado a recopilar información y conversaciones privadas cuyo contenido iba dosificando con pericia de alquimista malvado, su destino acabó cruzándose con el de Pablo Iglesias. Los iguales se atraen, no se repelen.
La pieza separada Dina, emanada del caso Villarejo, tiene un teléfono móvil robado o perdido en el Ikea de Alcorcón como absurdo punto de partida. Dina Bousselham era asesora de Iglesias y estaba de compras con su pareja cuando se produjo el quirúrgico hurto. En 2017, en un registro en el domicilio de Villarejo, se encontró un pendrive con la información de dicho dispositivo, lleno de fotos íntimas, conversaciones privadas entre los líderes y todo tipo de datos sobre la organización que hoy conocemos con el engañoso nombre de Unidas Podemos (huelga decir que ni son mujeres las que mandan, ni están unidas y, mucho menos, tiene capacidad para hacer cualquier cosa).
Iglesias es el gran cucañero del 15-M, un monologuista para necios que ha sabido leer las carencias educacionales de toda una generación para colarse en un gobierno raquítico y palpar sus infantiles fantasías de poder. Acostumbrado a ser intruso, él había sido traicionado, por lo que puso en marcha su aparato para recuperar aquellos archivos informáticos. En enero de 2017 declaró ante la Audiencia como parte perjudicada que le fueron entregados por Antonio Asensio, por aquel entonces presidente del grupo Zeta y de la desaparecida revista Interviú. Un hecho bastante ilógico teniendo en cuenta que él no era el propietario del artefacto y que vino a devolver a Bousselham parcialmente carbonizado. Tan rocambolesca trama se ha venido volcando estos días en el Juzgado Central de Instrucción núm. 6 de la Audiencia Nacional, toda ella trufada con fechas incongruentes y detalles contradictorios que han empujado a retirarle la condición de parte perjudicada a nuestro vicepresidente segundo.

Si bien, Iglesias ha ido más allá, desbordado (al igual que todo nuestro equipo de gobierno) y lleno de ínfulas democráticas, posiblemente no había reparado en que su nebulosa actuación en este caso apunta a la comisión de dos delitos, el de revelación de secretos y el de daños informáticos. El segundo es muy interesante por las resonancias con la imputación en su día de otro gran trilero de nuestra escena política, Luis Bárcenas.
Así las cosas, entramos en el terreno de la especulación, siempre tan sana, constructiva y certera cuando se habla de personajes sin dignidad y mequetrefes morales. Dina Bousselham ha estrenado estos días el cargo de directora del flamante rotativo virtual La última hora, nombre desafortunado que espero que sea premonitorio. Un medio tan inoportuno como superfluo existiendo irrisorias cabeceras como Público, Kaos en la red o El Salto. Una estrategia política camuflada de honestidad periodística que oculta una burda maniobra de recompensa, y otro ejemplo más de que la prensa nacional necesitará décadas para reciclarse y ofrecer una imagen medianamente aseada. La leal asesora comparecerá para perdonar a Iglesias, pero quizás el perdón no sea de este mundo. En todo caso ya ha alterado hace unas horas su declaración afirmando que nuestro flamante vicepresidente le entregó en perfecto estado la tarjeta del móvil.
No quiero cerrar sin divagar qué puede haber en el móvil de Dina, qué clase de fotos o vídeos íntimos pueden hacer que el señor vicepresidente se juegue sentarse en el banquillo y ponerse a la altura de los políticos que han venido recibiendo sus martillazos estos últimos años. Probablemente la información o revelaciones que muestre el móvil robado de Dina sean menores y pueriles, pero no se puede esperar menos de quien se ha hecho fuerte en la puerilidad y se ha divorciado de la realidad de una manera definitiva. No tendría nada de raro que sea su socio, el no menos lúcido Pedro Sánchez, el que haya orquestado la intriga. Al fin y al cabo Jonathan Switft nos contó que muchos enanos pueden inmovilizar a gigantes, por eso hay que tener cuidado con los liliputienses.
