Paco Arellano
Escribo estas pocas líneas a finales del mes de mayo (de 2018) pero, como las cosas están como están, creo que el comentario no solo no merece ser olvidado, que lo será, sino que merece ser recordado de manera firme por un hombre que, como yo, es, posiblemente, más tocapelotas de lo deseable. Pero ya me conocéis. Todos sabéis de mi odio (casi visceral) por las ideologías más aberrantes de la historia, especialmente por aquellas que, diciendo ser las salvadoras de las grandes masas de oprimidos de todos los países (incluso tienen cancioncillas al respecto), lo único que persiguen es que sus dirigentes vivan a cuerpo de rey (lo que es un dislate histórico) a costa de sus simpatizantes (que no entiendo cómo lo son, visto lo visto) en inventando palabrejas sin mucho sentido (heteropatriarcado, por poner una al azar, que se empleó para decir quiénes eran los responsables de los atentados morunos de ya no me acuerdo dónde, por ser tantos…). Lo último de esta gentuza es intentar demostrar lo indemostrable, intentar clasificar lo inclasificable e intentar argumentar lo inargumentable (este palabro me lo acabo de inventar, pero espero que entendáis su sentido los que no hayáis estudiado con la logse).
Me refiero, como no podía ser menos, a las distintas varas de medir con las que quieren comparar unas cosas con otras. Por ejemplo: un par de líderes de la ultraizquierda más conservadora (porque, ¿acaso hay algo más atrasado que el comunismo?), casados ellos, pareja de hecho, o matrimonio o, como tantas parejas de ikea, pareja de desecho (lo más probable), se aferran a sus ideas retroadelantadas y pasan a vivir con unos posibles que son los que tanto detestan en los demás. Dicen que es para educar a sus hijos en un ambiente mejor que el de las grandes ciudades, que lo hacen para preservar su intimidad ante los feroces ataques de sus enemigos políticos, que tienen muchos y muy malos, que así podrían tener periodos de tranquilidad en los que se dedicarán a pensar en los futuros planes para mejorar nuestras vidas y condiciones salariales y de trabajo… En fin, la panacea universal para todos. Pero, ¿esto es así? Vamos a ver… Uno de los dos pájaros (no la pájara, el pájaro, concretamente) ya tenía un pisito de protección oficial (a nombre de mamá) donde meterse cuando las cosas vayan mal dadas o cuando le van a sacar por la televisión haciendo el capullo y corriendo junto a una chupacharcos de marca (de marca ar). Pero se le olvida decir que tiene alguna otra propiedad urbana.
Supongo que dirá que en su caso es fruto del trabajo de sus progenitores (que siguen zascandileando por ahí, así que olvidaros de la herencia por el momento, cosa de la que me alegro). Nuestro izquierdista de pro es un hombre muy santo y con grandes preocupaciones sociales que nos avisa de lo malvados que son los que se compran pisos que valen lo mismo que vale su casa, porque ellos son de mala cepa (que puede que sean de muy mala cepa, es verdad), que todo lo hacen para especular. Puede que sea verdad, pero a mí me huele a que es una inmensa mentira. También dicen que allí educarán a sus hijos (dos de momento, pero ya sabemos cómo es el proletariado, tan dado a la procreación incontrolada) sin la molesta presencia de otros niños del barrio (a los que habría que exterminar si no fuera porque serán los futuros votantes, en su estupidez, de papá y mamá). Pues también puede que sea verdad. Que así se librarán de los tremendos escraches a los que les pueden someter las hordas de fascistas derechosos que atacarán su casa como ellos han atacado las casas de los demás, incluso con niños dentro, molestando sin perdón a todo quisque por el mero hecho de no pensar como ellos; pero se olvidan cuando mandaban a sus hordas a las casas de los demás o cuando impedían hablar en actos públicos en una universidad cuyos sótanos estaban llenos de cadáveres para especular con la muerte (¡joder!, ¿es que no os acordáis de nada de todo esto, de verdad no os acordáis?). Incluso nuestro buen izquierdista aplicaba aquella frase —y creo que ahora es un buen momento para recordárselo— de que «el escrache es auténtico jarabe democrático», o algo parecido, que no tengo la memoria muy fina esta mañana sin cafeína hasta el momento.
En fin, la doble vara de medir con la que todo lo equiparan. Esto en mi pueblo se llama «cosas de sinvergüenzas», pero supongo que aquí en la capital será la moneda habitual con la que se miden estas cosas. Los raseros no rasan por igual en todas partes, pero a eso ya estamos acostumbrados. Es como la relatividad, pero en palurdo y malsano, ¿eh, campeones? Yo me voy a ir un día de estos de barbacoa al campo, para ver casitas donde meterme (cuando me quiten la mía o quizá antes, no lo sé), porque van a despenalizar la okupación (cosa que quieren la portavoza y el líder carismático y coletero) y eso está muy bien, siempre que no pisen sus terrenos con protección privada. A mí me da lo mismo donde viva la gente mientras vivan bien y acorde con sus posibilidades y pagando por ello como hacemos los demás; repugno de la okupación, y del mal vivir en general, pero repugno igualmente de la hipocresía que hace que se nos mire a muchos por encima del hombro cuando lo único que tienen los del desprecio es una arrogancia sin límites, una avaricia sin control y un descaro que para sí lo quisieran los humoristas más tremebundos de este patatar al que algunos llamamos patria; nosotros, en cambio, solo nos hartamos de trabajar por sueldos de hambre o poco más.
Además, me quedan muchas preguntas sin respuesta que supongo que el paso del tiempo, como siempre, aclarará cuando ya no le importen a nadie las contestaciones. Estas preguntas podrían ser, por poner unos cuantos ejemplos: ¿a mí me darían una hipoteca como la suya del euríbor más un 0,5% de interés? —aclaro que el euríbor está como al 0,3% negativo, así que su hipoteca está al 0,2% de interés fijo, pase lo que pase en el futuro; id al banco a ver a cómo está la vuestra, que será algo más cara—: la respuesta es que no me la darían ni hartos de vino; otra pregunta: ¿es verdad que este casoplón de izquierdista de pro valía hace como tres meses no lo que nos han dicho que han pagado sino el doble?; ¿de dónde ha salido todo este dinero?; ¿va a practicar Hacienda una declaración paralela por la diferencia entre el precio de compra el precio de mercado real, como nos hace a todos los demás mortales e inmortales, ya puestos?; y si renuncian a sus puestos en el Parlamento, ¿cómo van a pagar una hipoteca de 1.800 euros al mes (eso dicen, pero saquen un lápiz y echen cuentas) más los gastos de mantenimiento de una parcela como medio campo de fútbol llena de arbolitos, césped, casetas, casitas, piscina (que vale tanto como mi casa y eso gracias a que vivo en un pueblo medio remoto) y monadas sin fin (supongo que incluso su patético y lagrimeante enano de jardín, en este caso disfrazado de robot maligno y argentino de la guerra de las galaxias), con el sueldo de un profesor de universidad (¡hay que ver qué cosas, pobres alumnos!) y una cajera de una empresa de distribución de productos informáticos (a la que podrían haber asaltado los del campo andaluz, por decir algo)?
Y una pregunta más que dejo en manos de los astutos investigadores y periodistas de la izquierda que solo miran para donde les viene mejor el aire: ¿alguien se ha molestado en mirar si este casoplón de película americana, estilo Mujeres desesperadas, por poner un ejemplo televisivo, ha tenido una historia complicada, pongamos por caso, Dios no lo quiera, un embargo con el consabido desahucio? En el registro mercantil está todo clarísimo; yo no lo he mirado, pero a alguien se le podía ocurrir, digo yo. A lo mejor es que la famosa frase (porque solo es una frase sin valor alguno, ya lo sabéis, ¿a que sí?) «Stop desahucios» es solo para ellos un montón de palabras, dos por más señas, que no valen para nada. No creo que nadie llegue a tanto, pero tampoco lo descarto, porque hay gente que nunca tiene suficiente. De todos modos, me encanta ver cómo asoman la patita por debajo de la puerta, con un lobo al otro lado y un balido como respuesta.
Pero todo esto puede que no sea nada y que lo que acaban de leer y yo de escribir hace un poco más no sea más que un maldito ejercicio de libertad de expresión. Si el otro día vi a un verdadero canalla cantante de raps pidiendo a gritos con toda su desnuda miseria a la vista que otros tan canallas como él fueran a matar guardias civiles al pueblo de al lado, ¿por qué no voy yo a hacer unas cuantas preguntas y a verter unos cuantos comentarios que solo intentan que yo mismo me aclare con tanta basura (hombres, mujeres —viva la paridad, que no distingue la mierda— y objetos) que me rodean? Como ven, la vida no hace más que mejorar: dame más que más me merezco, pero, joder, podíais poneros un límite, que, para ser perros, para ser perras, tenéis menos control que esos pobres animales, ¡que esos pobres animales de Dios! Os toca joderos.
Paco Arellano, español, heterosexual, no polimorfo, cimarrón, blanco.
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