HACIA UN BESTIALISMO TERAPÉUTICO

Frank G. Rubio

Los mayores cárteles de la droga del mundo se reúnen, compran todos los medios de comunicación y todos lo políticos, y obligan a toda la gente del mundo a permanecer encerrados en sus casas. La gente solo puede tomar las drogas del supercártel y las toman una y otra vez.

Woody Harrelson, tomado de un monólogo recitado en “Noche del Sábado” para criticar la respuesta dada por las grandes compañías farmacéuticas en el caso del COVID-19.

La intervención del doctor De Benito en “Debates Abiertos TV”, donde fue entrevistado por Cristóbal Cobo, que hizo un excelente trabajo, incita a la reflexión. La inmediata retirada del vídeo de YouTube (por lo que veo parcial) recalca la oportunidad del contenido emitido. Está claro que la reacción de exclusión, por parte de los intermediarios mediáticos del sistema global de comunicación de masas, es indicio de una percepción de peligrosidad en el mensaje para los mentores oficiales. La gente que lleva tratando de modular con mano de hierro, desde los Estados y los conglomerados dedicados a la comunicación, la difusión de información durante y tras la crisis del COVID-19. En las democracias de masas manda el potencial de configuración de la opinión pública, pero cuando dejan de ser democracias lo que se impone es la censura y la marginación del disidente.

Hay razones sin embargo para sentirse optimistas, al menos sobre esta cuestión. Se ha asentado ya una opinión fundamentada y articulada que se propone como oposición directa a la información oficial y a las medidas draconianas que se impusieron en España a partir de marzo del 2020. Esto es ya un gran logro y ha sido producto del esfuerzo y dedicación generosos de varias asociaciones (“Médicos por la Verdad”, “Liberum”, etc), grupos diversos de ciudadanos y muchos individuos concretos. Los acontecimientos y la creciente falta de confianza en la información oficial de amplios sectores de la audiencia no hacen más que crecer.

El doctor De Benito dejó claro, al principio de su intervención, la naturaleza sibilina e intrusiva de determinados poderes públicos que pretenden una modificación sustancial de las concepciones básicas sobre la salud y la organización médica. En connivencia, claro está, con determinadas fracciones significativas de la sociedad civil española a las que calificar como criminales puede resultar bastante adecuado. Como siempre esto se manifiesta en nuestro país de manera especialmente confusa y tramposa, siendo en esta ocasión los colegios médicos y las autoridades autonómicas sanitarias los nada delicados coprotagonistas de un engendro legislativo en ciernes, otro más, que podría poner no sólo nuestra salud, incluso nuestra vida biológica en su totalidad, en manos de una pirámide tecnocrática global dependiente de las Naciones Unidas y de las grandes compañías farmacéuticas. Estoy hablando de la OMS y su proyecto de “Tratado” contra potenciales pandemias que está discutiéndose en diversos foros oficiales; espacios que no son otra cosa que vectores del más artero globalismo.

También busca redefinirse el código deontológico de la profesión médica; código que siquiera conocen ni les importa a muchos de sus dilectos usuarios. Aquí es preciso destacar que la oposición española es mucho más débil, al menos de modo aparente, que en otros países donde representantes elegidos y miembros destacados de la clase médica y científica están alertando de la peligrosidad de este “Tratado” en ciernes. 

El manejo de una hipocondría latente y más que justificada, dado el impacto real acumulado del funcionamiento de la medicina alopática en nuestro país desde hace ya muchos años, bastante antes pues de los transcurridos desde los recortes a los que se atribuyen tantos males, ha encontrado un límite con la crisis del COVID-19. Se ha tensado demasiado la cuerda y la ciudadanía, en gran medida un aglomerado de mascotas con aspecto humano, ha comenzado a desconfiar de los “servicios de salud”. A pesar del incienso mediático absolutamente grotesco vertido en las ondas en los tres últimos años, sobre los profesionales actuantes y sus mentores políticos. Hoy, tras muchas decenas de miles de muertes, podemos, contemplando todo esto a toro pasado con ecuanimidad, proponer tolerancia cero con los desafueros. Y ya lo creo que se podía saber.

Todo va mucho peor tanto para los “heroicos” sanitarios y médicos aplaudidos, muchos de ellos bailarines enmascarados consumados, como para la población en general que conoce en plena carne un grado de desatención y unas cifras de morbilidad y mortandad escandalosas. Una sociedad medicalizada, hasta el extremo que lo está la nuestra desde hace décadas, es una sociedad enferma y dependiente. El Estado Terapéutico, y la gestión de las vidas humanas que ejercita en función del biopoder, es un grave problema que comienza a tener relevancia política a pesar del intento de enmascararlo y silenciarlo. Nuestra sociedad no sólo está repleta con numerosos enfermos, muchos de ellos imaginarios, también lo empieza a estar con masas aterrorizadas de televidentes que llenan sus cerebros sobre estas cuestiones, día tras día, con las mentiras elaboradas por las grandes cadenas de comunicación. Y no son felices.

Sobre la cabaña porcina que se manifiesta de modo periódico masivamente “por una sanidad pública”, omnipresente y salvífica, indiferente a los costes y completamente politizada e irresponsable, poco que decir que este animal de granja mismo no haya vivido para su desgracia durante los dos años de COVID-19. Siempre bajo la férula engañosa de unos farsantes que no dudan en agitar el trapo mugriento de la bandera tricolor, atrayendo con ello a los más incultos, descerebrados e indeseables (muchos, personal funcionarial implicado que sabe perfectamente de qué va la cosa) a su repelente órbita política. Un desvío manifiesto de atención de la necesaria exigencia de responsabilidades para quienes pueden ser muy bien perpetradores, en distinto grado, de más de cien mil muertes; y las que se van acumulando día a día, no solo por las vacunas sino por la desatención acumulada y la mala fe de muchos supuestos practicantes de la ciencia hipocrática. Desde sus orígenes prehistóricos, la relación médico-enfermo se ha basado en la confianza. Y ¿qué confianza puede inspirar quien, por prejuicio o por simple desconocimiento, niega a su paciente un tratamiento eficaz?

Son las grandes cadenas de comunicación, y los medios hegemónicos que manejan, las creadoras en gran medida de la actual situación, ya que gran parte de lo que sucede está pasando en nuestra imaginación y sigue los guiones de los simulacros y mentiras convocados desde estos mismos medios. Ver la televisión es nocivo, pero aún peor es tomar a médicos y sanitarios por lo que no son: oficiantes cualificados de un culto filantrópico y eficaz. La raíz está en la educación. Un país social-comunista y católico, casi fifty fifty, no puede ser otra cosa que una granja.

Pero si miramos a los representantes del “poder espiritual” en nuestro país: ¿qué piensan sobre esta cuestión? Su máxima autoridad, un personaje repugnante que no oculta sus simpatías por los comunistas chinos, ha manifestado que las vacunas son un acto de amor. Porque este es el panorama, más allá incluso de la crítica acertada (“positiva”) y bien intencionada del doctor De Benito. Sin obviar que todo este asunto es un negocio multibillonario para unas pocas empresas.

Hay exceso de mortalidad y hay morbilidad creciente, pero falta verosimilitud en los datos y transparencia. Se oculta lo evidente porque no se estudian las consecuencias negativas, muchas de ellas letales, de las inoculaciones con las vacunas que no son vacunas. Se fuerza a los funcionarios de determinadas áreas a vacunarse y quien se opone a ello es cesado. Los vacunados perciben que algo no va bien en sus cuerpos: «yo no soy el mismo”; creciendo los ictus en niños, las muertes sorprendentes de gente joven aparentemente sana, las miocarditis y las encefalitis auto inmunes… entre otras muchas y poco gratificantes aportaciones de Pazuzu. Se ha prostituido el concepto de vacuna y se continúan manipulando los datos, como se hizo desde el comienzo de la “plandemia”.

La sociedad española, como señala Cristóbal Cobo, está hecha puré ,fundamentalmente porque sus individuos componentes no dan para más. Se sigue incitando el miedo desde los medios de comunicación que propagan sus mentiras, y su modulación de las emociones, con toda la intensidad posible, en una auténtica guerra psicológica contra una población por lo demás mayoritariamente inculta afectada de una falta de madurez espeluznante. Mejor no hablar del papel de los psicólogos, con las excepciones de rigor, en todo esto.

La realidad se ha convertido en un canal público de comunicación. Nada raro, cuando se está estableciendo una nueva espiritualidad cuya finalidad es “salvar al planeta” y considera al ser humano como una entidad zoológica más inserta en “el ecosistema”. La atmósfera de irrealidad y la confusión entre realidad y ficción es absolutamente verosímil en este entorno.

Desde la Revolución Francesa nos encontramos metidos de lleno, con altibajos, en una operación generalizada de borrado de la memoria y de pura incitación al bestialismo en nuestra vida cotidiana. Nacionalismos, socialismos, comunismos, fundamentalismos y tecnocracias sinárquicas acarrean a lo largo de unos pocos siglos una humanidad compuesta por bárbaros iluminados por la electricidad; fluida y grasienta, como manteca de cerdo depositada sobre una plancha al rojo… El odio al pasado, a lo trascendente y simbólico, tiene malas consecuencias. La secularización ha derivado en un cientifismo que se manifiesta en la actualidad como un biologismo estéril, a la búsqueda de fusionar con la robótica el animal humano; este proceso idealizado por la filosofía ilustrada no puede dar cuenta de las realidades políticas y humanas salvo desde el despotismo.

 La guerra, el comercio, la piratería… una movilización acelerada y total, nos han traído “velociféricamente”, como señalaba Goethe, hasta acá: una letrina denominada “sociedad global de la información” donde se practica, bajo el opiáceo democrático, una lobotomía generalizada en nombre de una memez denominada “dataísmo”. Nos encontramos metidos de lleno en lo que certeramente Ignacio Gómez de Liaño ha denominado “eclipse de la civilización”.

Terminemos con una pregunta que resume sin duda la situación, en la que se está dando esta perversión de las imaginaciones colectivas e individuales, que permite concebir la cabaña suina como humanidad potencial y legítima. Algo que, hemos de reconocer, el PSOE ha trabajado a fondo desde los años 80. Y es que el acenso al poder de los peores no resulta, ni puede resultar, indiferente, eludible, ni gratificante.

  ¿En qué consiste la barbarie si no es en no reconocer lo excelente?[1]


[1]             La memoria robada de Manfred Osten (Siruela, 2008)

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