REFLEXIONES EN CALIENTE SOBRE UN ATENTADO JAPONÉS

el

Daniel Aguilar

Cuando escribo estas líneas todavía no se sabe si Shinzo Abe, ex Primer Ministro de Japón, sobrevivirá o fallecerá como consecuencia de los disparos recibidos en el atentado de hoy, 8 de julio, mientras participaba en un mitin callejero de su partido, el PLD, con motivo de las próximas elecciones a nivel nacional previstas para el día 10 de julio.

Comienzan a publicarse artículos en todos los medios y con ellos también los inevitables comentarios de los lectores. Veo los lugares comunes de siempre: «acto cobarde», «es increíble que en un país tan tranquilo y seguro como Japón…», «quizá sea obra de la yakuza debido a intereses oscuros»”, etcétera, etcétera. El verdadero motivo del atentado, huelga decirlo, sólo lo conoce su ejecutante quien, al parecer, es un antiguo miembro de las llamadas Fuerzas de Autodefensa Japonesas, en concreto de la Marina. Por mi parte, también me gustaría hacer unas observaciones respecto a esos comentarios de arriba y respecto al caso en general.

Ciertamente, no se demuestra especial valor disparando contra alguien desarmado en un país donde la seguridad en este tipo de actos deja mucho que desear. Pero aun así, hace falta algo de valor (y desesperación y quizá amor) para empuñar un arma y disparar a una figura de tal calibre sabiendo que te espera la muerte, ya sea en el acto o por condena posterior, además del desprecio y odio de casi todo el mundo. Más cobardes me parecen aquellos que ante todo tipo de atropellos y vejaciones por parte de los poderosos no hacen absolutamente nada y agachan la cabeza, incluso cuando matan a sus parientes. Con respecto a «un país tan tranquilo y seguro como Japón», hay que decir que aquí se suceden no pocos asesinatos, algunos bastante crueles como los de madres que asesinan a sus hijos o los de aquellos que para cobrar la prima del seguro matan a la pareja que les entregó su amor. Pero, si vamos al caso de otros incidentes equiparables al de hoy, en octubre de 1960 Inejiro Asanuma, presidente del Partido Socialista Japonés, fue asesinado con una katana por un joven de 17 años mientras pronunciaba su discurso ante un nutrido grupo de representantes de la clase política. Más recientemente, en enero de 1990 el alcalde de Nagasaki fue alcanzado por un disparo de bala (que no llegó a matarlo) y en octubre del mismo año un diputado del PLD recibió una puñalada en el cuello que acabó con su vida. En cuanto al último de los lugares comunes, no veo qué interés puede tener ninguna banda de yakuzas (la yakuza como organización única no existe) en matar a un político prácticamente retirado y no parece probable que un ex militar vaya a convertirse en el brazo de unos gángsteres que ya cuentan con cantera propia.

Se me ocurre, eso sí, una última reflexión. No se trata de buscar una justificación para un asesinato o un intento de asesinato, pero sí una posible explicación. ¿Cuántos cientos de miles de japoneses se arruinaron por las criminales e ineficientes medidas de emergencia anti-covid obra de Shinzo Abe, que agachó la cabeza poniendo los intereses de los poderosos por delante de los intereses y la salud de la gente de a pie? ¿Cuántos tuvieron que asistir impotentes a la locura que invadió el cerebro de sus seres queridos llevándoles al suicidio o a negarse en redondo a pasar al menos unos momentos junto a ellos o a abrazarse? ¿Cuántos miles perdieron a uno de estos seres queridos horas después de inyectarse un fármaco siniestro promocionado como vacuna? El que una de estas personas tuviese un arma en su poder era algo más que probable y el que la utilizara una cuestión de que se encontrara con una situación favorable. Cuando sucede algo tan triste, hay veces en que el asesino puede llegar a generar mayor compasión que la víctima.  

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