Paco Arellano
Bueno, pues ya le ha tocado a la LGTBI y a otras martingalas todas ellas relacionadas con las cuestiones de género (maldita palabra), sexo y demás diversiones para niños y niñas (casi literalmente).
Me entero, lleno de perplejidad y terror, de que en Valencia (creo que Valencia, pero la estupidez no tiene fronteras, así que podría ser en cualquier otro sitio) se ha prohibido en la sanidad pública emplear las palabras «mujeres embarazadas», para así no ofender a los transexuales ni afectar a sus derechos como… Eso digo yo, derechos, ¿cómo qué? Un transexual no es una mujer, ni, puestos en lo peor, una hembra de ninguna especie conocida o por conocer. No me atrevo a decir, porque tampoco lo creo, que sea un engendro de la naturaleza, pero no es una mujer, por mucho que lo políticamente correcto nos diga lo contrario. Puede que tampoco sea un hombre, lo que ya me deja todavía más perplejo, porque no sé muy bien dónde colocar sexualmente a esta persona que se siente ofendida porque yo diga que mi mujer está embarazada (bueno, eso fue hace ya mucho tiempo, pero creo que alcanzan a entender el mensaje) y «lo» transexual no pueda estarlo nunca, por mucho que se empeña el transexual en cuestión, la legislación vigente o la ministra del ramo (de tulipanes, pongamos por caso). El sexo viene dado de fábrica. Luego podemos engañarnos a nosotros mismos (y a los demás) diciendo que somos mujeres encerradas en el cuerpo de un hombre o un hombre encerrado en el cuerpo de una mujer.
Al final, todo es pura cuestión de semántica: como decía un denostado autobús que circuló por Madrid (y creo recordar que también por otros puntos de España), «los niños tienen pene y las niñas tienen vulva». Esto es un hecho irrebatible de la Naturaleza. Pues eso, que al final las cosas son, otra vez, como son, no como queréis que sean. Sería prudente y deseable reaconsejar un uso más claro de las palabras, sobre todo en temas tan complejos como este.
Supongo que cualquier tipo de actividad sexual es una cosa que todas las sociedades tienen que asumir como propio sin cortapisas para sus ciudadanos; que uno pueda ser L, G, T, B o I, lo mismo que cualquier otra letra que queramos añadir a este simpático cóctel donde todo tiene cabida menos la inteligencia y la claridad mental que tanta falta nos hace. Últimamente veo con resquemor que los hombres (machos de la especie, heterosexuales y algunas otras cosas) nos estamos convirtiendo en los malos de la película por el mero hecho de ser lo que somos, hombres, sin más. El heteropatriarcado es la maldad personificada, el gran Satán: es la perversión misma de la especie humana, algo que, quizá (solamente quizá) no debería haber existido… No veo en las siglas ninguna «H» que indique que uno puede ser hombre sin que eso signifique que está todo el día (ni ningún momento del mismo) decidido a agredir a cualquier señora que se le ponga por delante (o por detrás, llegado el caso). Veo una terrible discriminación sexual muy agresiva para con mi sexo (que no elegí, sino que, otra vez, me vino dado de fábrica).
Pregunto: ¿hay algún problema en ser hombre y no alguna sigla extraña? Supongo que no, salvo que haya mentes bastante más dañadas que otras, me gustaría pensar que más dañadas que la mía, que intenten imponer una forma de pensar unitaria y unilateral, universal y polimorfa. Supongo que es complicado hacer que los números casen para problemas tan complejos como este, pero supongo también que pueda haber soluciones, aunque no serán soluciones ni para todos los gustos ni, muchísimo menos, para todos los oídos.

Al problema de la heterocultura sexual podemos añadir el asunto del feminismo y del comportamiento de la sociedad contemporánea con la mujer. La mujer es el equipo perdedor de la vida (no es lo que yo creo, es con lo que me están machacando constantemente el coco para que llegue por mí mismo a esa conclusión, sobre todo en las televisiones adocenadas y manipuladas por una izquierda torpe y cada día más burda en sus opiniones y aspiraciones), la mujer es el ser marginado en la sociedad, en la cultura, en la vida cotidiana. Bueno, vamos a ver, esto es pasarse un poco de castaño oscuro. La mujer es la compañera del hombre, lo mismo que el hombre es el compañero de la mujer, y ambos personajes van de la mano por la vida sin pisotearse el uno a la otra, pero tampoco vería normal que la otra anduviese pisoteando al uno (obsérvese que no he empleado la letra «h» de manera voluntaria: no quería decir huno) por un quítame allá esas pajas. Decía el grandísimo escritor que fue Ambrose Bierce (si quieren algún día les cuento algunas cosas de este buen hombre que falleció, al parecer, en la Revolución mexicana fusilado por alguna de las muchas facciones en liza) que las mujeres tienen todo el derecho a ocupar los puestos que actualmente (lo decía a finales del siglo XIX) ocupan hombres que se dedican más a la bebida que al trabajo. Cierto. Pero tampoco es que esos puestos antes de la llegada de las mujeres estuvieran sin ocupar. El problema es antiguo y suena un poco a rancio, en el fondo como todo el problema del feminismo y la distinción de sexos.
Descubro con cierta animadversión que hay verdaderos ejércitos de investigadores e investigadoras (ojo al dato) rebuscando en el fondo del barril de todos los campos de la vida humana intentando dar con mujeres que hayan ocupado puestos de relevancia en lo que sea para decir, más o menos, que gracias a las mujeres la especie humana (aquí sin distinciones de sexo, digo yo) ha llegado donde está a todos los niveles: políticos, sociales, económicos, científicos… Como si los hombres hubieran estado de comparsas o, lo que sería peor, como simples vampiros intelectuales y laborales de los grandes logros conseguidos por las mujeres. Les falta añadir que las mujeres feministas, claro. Así que, por eso que decía hace un momento, buscamos con denuedo investigadoras en tal o cual rama del saber, aventureras (lo digo sin mala intención) que hayan logrado éxitos punteros en cualquier intento arriesgado, deportistas que consigan todos los logros y todas las medallas habidas y por haber… Cáspita, incluso hay un anuncio donde salen muchas mujeres deportistas corriendo, saltando, pegando patadas (a un balón de fútbol, no se vayan a pensar), o masacrando a su adversaria de turno y gritando locas de contento. Luego la empresa nos recuerda que está con las mujeres y con luchar contra el cambio climático y todos nosotros (hablo de todo el personal, tanto hombres como mujeres), como somos medio tontos, pues nos cambiamos de compañía de luz porque esa parece mucho más guay y acorde con nuestros principios alejados del maligno heteropatriarcado. ¿Pero es que os habréis creído que somos tontos de solemnidad?
Los políticos de hoy en día están siempre pensando en sacarse de la chistera el conejo de la originalidad y, cuando por mucho que metan la mano no encuentran nada, sacan la mano vacía y nos cuentan alguna chorrada para distraernos mientras, con la mano que no miramos, nos la cuelan malamente (lamento la frase, que suena fatal, pero ahí se queda). El tema de buscarle tres pies al gato de la igualdad sexual de todos los ciudadanos, el de intentar que todos seamos más o menos idénticos en nuestra forma de pensar, es algo que va totalmente en contra de los principios más rudimentarios del ser humano.
Somos como somos porque es lo que nos toca ser. Luego, podemos etiquetarnos como mejor nos parezca. Decía el gran Michael Shaara en su novela Los ángeles asesinos (una novela sobre la batalla de Gettysburg que todos los merluzos —los que no paran de hablar de la Guerra civil, porque la perdieron, recordad— debían leer al menos una vez en la vida y la gente normal, si queda alguna, también), que solo había una aristocracia: «Y está aquí», dice uno de los personajes señalándose la frente, queriendo decir que no hay más aristocracia que la inteligencia. La falta de inteligencia, la mediocridad, la intolerancia, la injusticia, es para casi todo el mundo la moneda de pago más frecuente, no por maldad, sino porque no saben hacer otra cosa ni tienen intención ni capacidad para intentar hacerla. Es como la puntualidad, que es «la cortesía de los reyes» y que solo los más patanes de todos nosotros incumplimos de manera casi voluntaria.
A este tema de lo políticamente correcto en cuanto al sexo podemos añadir la espinita de la paridad en cuanto a la presencia de mujeres en todo. Cualquier faceta de la vida humana tiene que tener un porcentaje igual de hombres que de mujeres, para que así podamos repartir la ineptitud y que nadie pueda decir que le han engañado. Si la mitad de la población es de un sexo y la otra mitad de otro (pelillos a la mar con lo demás), ¿podemos deducir de ellos que la mitad de la gente del sexo masculino y la mitad de la gente del sexo femenino es más lista que la del otro sexo? ¿Por qué tenemos que elegir las cosas de ese modo? Yo lo veo una equivocación. Uno no es más listo porque haya nacido hombre ni porque haya nacido mujer. Si queremos que algo funcione tenemos que elegir a la persona (la persona, sin retoques) más adecuada para el puesto del que estemos hablando, sin que importe que sea hombre o que sea mujer. Solo la persona más preparada, la que vaya a cumplir con la función encomendada lo mejor que pueda, cosa que, en muchos casos, es más que suficiente.
Pero, amigos y amigas, hay que ser comedido y que haya un comité formado por tantos hombres como mujeres y al cuerno con cualquier posibilidad de tener lo mejor de los dos mundos, porque, eligiendo de ese modo, se nos colarán, sin quererlo, por mera ósmosis, los ineptos e ineptas que esperan agazapados por los rincones de su mediocridad. Y digo yo: cuando ya hayamos conseguido la paridad completa, ¿qué hacemos con los L, G, T, B, I y todos los demás? ¿Miramos a ver cuántos son y ponemos en un consejo de ministros, por poner un ejemplo que todos vamos a entender en un momento, a un hombre, a una mujer, a un gay, a una lesbiana, a uno transexual, a uno bisexual, a uno i… (esto no sé lo que es, así que dejo los puntitos) para que todos tengamos representación? Y, si hay dos de uno de estos grupos, pongamos que dos lesbianas, ¿tenemos que poder a dos de todos los demás grupos? Y si el número de siglas va a aumentando (porque no he visto que venga representada, por poner un ejemplo dañino, la zoofilia), ¿vamos aumentando también los personajes y personajillos de nuestro consejo de ministros? Esto parece algo atropellado y, además, no creo que vaya a solucionar nuestros problemas: yo no quiero una lesbiana que ocupe un ministerio por ser lesbiana y no por ser la persona más preparada para hacerlo. La solución que nos ofrecen es perversa y maloliente.
Os voy a recordar un caso concreto: hace unos pocos años una gran compañía de fabricación de automóviles quiso sacar un coche solo para mujer y, para ello, contrató a un buen número de mujeres para que diseñaran el vehículo según sus necesidades, intenciones y gustos. Bien, muy bien: nadie puso el grito en el cielo. Pero, pongamos por caso que esa misma compañía hubiera querido sacar un coche solo para hombres muy hombres (sin pistoleras, pero con todo lo demás): ¿dónde hubiéramos puesto el grito? El cielo me parece muy abajo. Es como lo que pasa con las feministas y el rojerío entontecido cuando un grupo de musulmanes viola, tortura y mata a una chica… Las feministas no salen gritando enloquecidas a la calle, ni las de ese grupo que van con el pechamen desguarnecido a luchar por los derechos de las hembras de esta especie tan maltratada por la idiotez. No sé. Serán cosas que, como me estoy haciendo mayor, ya no entiendo.
Pero sigamos. Me entero, nuevamente, con una enorme sorpresa y un miedo que empieza a parecerse al pánico, que en Navarra, una provincia maravillosa de la que podría provenir mi apellido paterno (pero vaya usted a saber), van a enseñar a los niños de preescolar a tener una vida sexual plena… ¡con tres años! ¿Qué les van a enseñar? ¿A ser alguna de las letras de la LGTBI o a cosas aún peores? ¿Van a decidir por ellos? ¿Qué clase de personajes de la peor catadura moral va a inculcarles ese tipo de cosas? ¿Qué hijos de la grandísima puta se han inventado esta mierda para pervertir a las pobres criaturas que no tienen la culpa de haber nacido en un mundo tan lleno de porquería y de imbéciles como estos? A mí que un adulto quiera ser gay, lesbiana, transexual, bisexual, i… (aquí no se me ocurre nada, pero seguro que no es inteligencia), o submarinista me da lo mismo. Como si quieren mantener relaciones sexuales con perros, loros, caballos o sirénidos de cualquier tipo. Pero que dejen a los niños en paz. Mejor sería que se preocuparan de darles un futuro normal, de trabajo y compañerismo con otros miembros de la especie humana, que de hablarles de esas gilipolleces que, a la larga, el tiempo decidirá. Pero claro, lo único que les interesa es la perversa ideología de la que son servidores y esclavos.
Una ideología donde todo se mezcla y se pervierte: la vida, la muerte, la sexualidad, la espiritualidad (hay que hablar de esto algún día), la personalidad propia y no la del rebaño, que parece ser la mentalidad imperante ahora mismo.
El mundo en el que vivo me gusta cada día menos porque pienso que la gente que lo puebla es, la gran mayoría de las veces, innecesaria y que estaría mejor viviendo un pozo de inmundicia que, al parecer, es el único sitio donde sus mentes, podridas y sin remisión, están más contentas y felices. Un día de estos me vais a tener que llevar una tartera con una tortilla (de patata, con cebolleta y atún) y una lima a la cárcel más cercana. Seréis bienvenidos.
Por cierto, todo esto es pura libertad de expresión. Os jodéis, otra vez, os jodéis.
La próxima entrega, muy cercana en el tiempo, será para hablar del Gobierno, de sus chanchullos y de la nobleza moral que les desborda: haced lo que digo, pero no lo que hago; y, por hoy, basta con esto, ave atque vale.
PACO ARELLANO, español, heterosexual, no polimorfo, cimarrón, blanco.