Frank G. Rubio
I’m not saying the military’s in love with me—the soldiers are. The top people in the Pentagon probably aren’t because they want to do nothing but fight wars so that all of those wonderful companies that make the bombs and make the planes and make everything else stay happy. Donald Trump (45 American President)
Pocos signos más inquietantes y significativos de la grave crisis que afecta a España que la intensa mediocridad que emana de nuestros políticos y no sólo de estos; el mundo artístico y literario, no digamos ya el deplorable mundo médico-sanitario y el complejo educativo-mediático en su conjunto, están en situación terminal. Tanto la burocratización, como el mafioseo que implica una sociedad clientelar cada día más ayuna del gobierno de la Ley, han convertido nuestra nación en algo muy similar a un “estado fallido”. Algo que ha ocurrido ya en otros lugares pero que, en la actualidad, y no sólo en España, forma parte de un programa consciente.

En general nuestras clases dirigentes, como bien ha señalado Elvira Roca Barea, llevan declinando siglos de decadencia con diversos formatos. Una de las mejores pruebas de ello es la penosa reacción que con relación a su obra han mostrado recientemente, en un periódico de muy sesgada trayectoria, algunos muy grises profesores y periodistas. Un país que ha hecho girar en gran medida los procesos de formación de la opinión de sus “élites” en la lectura de un periódico, ¡y qué periódico!, no puede quejarse de las graves consecuencias que tras unas pocas décadas acarrean la ignorancia acumulada, la ausencia completa de imaginación e inteligencia en las posiciones de dirección más variadas y la postulación de la corrupción como parte imprescindible de un estilo de vida. Hoy, si queremos topar con alguien realmente estrecho de miras y provinciano, lo encontraremos entre la camada autocalificada de “cosmopolita” o “europea” que devora este periódico como el personal de servicio devora “nuggets”. Desafortunadamente esta situación que nos aflige no es una excepción, ni en Europa (una gran y abigarrada colección de cleptocracias), ni en el mundo, aunque es cierto que nuestro caso alcanza una especial intensidad. En un entorno, añado, de abigarrada fealdad y rampante vulgaridad. El país ha ido convirtiéndose con el tiempo en un auténtico estercolero.

Quede claro desde el principio que el discurso político en las “democracias”, aunque sea erróneo como señalan algunos especialistas utilizar este término, está totalmente sumido en lo que ha sido dado llamar “sociedad del espectáculo”. Otras sociedades no mejores, con cuyo modelo vamos convergiendo, se articulan en torno a vectores de partido único y propaganda monocorde e incesante; su miseria y bajo nivel son similares a los nuestros. El estado policíaco y la automatización y extensión de los aparatos de vigilancia y control que le acompañan está servido ya como normalidad desde el 2001 en las sociedades occidentales, como lo están (desde bastante antes) la incultura e insensatez de los locutores de las grandes corporaciones y los trusts financieros a los que llamamos “presidentes” y “parlamentarios”. Con Covid 19, invención de círculos euroamericanos transnacionales y corporativos en colaboración con facciones comunistas chinas, experimentamos simplemente una subida exponencial en la toxicidad de todos estos parámetros.
Con relación a esta cuestión de la formación de la opinión, en este caso la pública, nuestro país se sitúa ya desde la presente crisis en un modelo mixto. Formalmente gozamos de libertad de expresión, pero el funcionamiento real de nuestro entorno mediático dominante ha alcanzado una monotonía en la simplificación de sus mensajes, y en su sesgo, que nos acerca a países como China comunista o Venezuela, donde reinan de modo incuestionable la propaganda y la brutalidad ideológica más serviles y abyectas. No ha ocurrido así con relación a Covid 19 en otros países europeos, pero España cuenta ya para muy poco, salvo como portadora de una posición geopolítica insustituible. Por ello no es nada extraño que el coloso de Extremo Oriente, una tiranía repugnante y genocida que ha enriquecido y enriquece a muchos malandrines occidentales, esté cercando Europa desde Turquía y desde la península ibérica; sin duda, por mor de la crisis económica, los eslabones más débiles. Y no olvidemos las afinidades entre el coloso de Extremo Oriente con Alemania y el Vaticano.

El primer debate electoral de las elecciones norteamericanas, entre el Presidente en funciones y el anterior Vicepresidente, ha dejado a la vista que los procesos entrópicos no están localizados en el país del sanguinario y grotesco 11M y de la Sanidad putrefacta, danzarina y sociata. Esa Sanidad que al final mostró ser un “bluff”, salvo para impartir razón práctica filantrópica con la eutanasia general realizada, por programada inhibición de un amplio sector de médicos y sanitarios, de más de veinte mil personas. Pocas profesiones en nuestro país con una proporción más alta de canallas que la médica, como demuestran los acontecimientos; por encima incluso de la Abogacía.
Poco se puede decir de positivo del debate entre los dos candidatos presidenciales estadounidenses. El decorado en el que se realizó la confrontación dialéctica, de una pobreza conceptual y retórica más que evidente esta última, sito en un espacio vinculado al entorno médico-universitario de Cleveland, mostró a las claras el papel postizo y provisional que corresponde a las instituciones políticas en la escenografía corporativa global. Los espectadores sitos en el recinto, todos ellos VIPS, se sometieron sin dilación a la mascarilla y otras restricciones enunciadas por un payaso funcionario de la Fox, presuntamente prestigioso, que dirigió de manera cínica, anti intelectual y parcial el supuesto y decisivo debate. Su rostro amorfo y estólido mantuvo en todo momento una centralidad absorbente, su cuerpo daba la espalda a los espectadores del recinto. Los tres interlocutores, pues el periodista en cuestión actuó al mismo nivel que los contendientes, superaba cada uno de ellos los setenta años de edad. Sumadas las edades, aproximadamente la cifra que nos separa de 1789.
Está claro que las grandes corporaciones de comunicación son las que ponen y quitan Presidentes, también es evidente que sus representantes, peones o alfiles, son personas de una irrelevancia cognitiva, sospecho que también humana, muy desarrollada. Para entendernos: el personaje en cuestión tenía la talla del deplorable Iñaki Gabilondo. Está claro que la victoria de Trump en 2016, un recién llegado al mundo de la política norteamericana, pilló por sorpresa al sector globalista que lleva dictando las reglas básicas del juego desde el patético Jimmy Carter. Su protagonista de la hora, Joe Biden, es un político profesional que lleva décadas en el Senado y que está inmerso, junto con varios miembros de su clan familiar, en diversas tramas de corrupción. Las más destacadas relacionadas con Ucrania y la China comunista. Un personaje a la altura de los Busch o de los Pujol.

Está claro que las oligarquías globalistas, y el “estado profundo” del que se sirven, van a hacer todo lo posible, sin tener en cuenta legalidad o costes, para impedir una nueva victoria de Trump; quien lo tiene por lo demás perfectamente asumido. Estas élites corporativas y políticas son bastante deficientes a pesar de sus vinculaciones con un sistema universitario cada día más deficitario desde el punto de vista cultural, a fuer de arrogantes e ineptas. Sánchez, Macron o Merkel, entre otros, son algunos de sus muñecos. La Sociedad Tecnotrónica, avatar agónico del Último Hombre, exige dirigentes especialmente canijos. Gentes que pretenden automatizar el pensamiento y servirse de ello para ejercer la dominación, no son gentes muy brillantes.
Se abre pues camino, salvo ocurrencia de algo inesperado, a una Presidencia ejercida por un político senil y corrupto de religión católica: el segundo en la historia estadounidense; Presidencia donde la posibilidad de un grave conflicto civil interno y el comienzo de una confrontación bélica generalizada en Europa, teledirigida desde Extremo Oriente, y similar como empezamos a intuir por el desarrollo de los acontecimientos a la Gran Guerra, marcará el tempo de los años por venir.
El ambiente preciso y calculado para el surgimiento programado del IV Reich en Europa con la colaboración especial rusa e islamista, tras lo cual y ya sobre ruinas se pondrán en marcha los inicios de la llegada al poder del Impostor y del Estado Mundial que le acompaña.
¡Hasta Mañana!