Cristóbal Cobo
Los presos más mimados de las cárceles hispanocatalanas se pusieron en ayuno -que no huelga de hambre-, una especie de ramadán catalanista con fines de agitación y propaganda.
Quienes lo hemos practicado con frecuencia, conocemos los beneficios físicos y espirituales del ayuno, la claridad mental, la limpieza emocional y la amplificación sensorial que produce, una vez superada la primera fase de purificación (de 3 a 7 días), a menudo difícil e incluso dolorosa.
Sabemos que la intención de los políticos presos no era purificarse, sino favorecer su causa penal por los delitos de rebelión, sedición y malversación, y que mintieron al llamar huelga de hambre a lo que es un simple ayuno -una dieta de batidos con el contenido de líquido, proteína y glucosa necesarios para la supervivencia. A pesar de su mala intención, decimos, no tenemos por qué dudar de que habrán recibido algunas de las recompensas del ayuno, aunque seguramente no hayan sido las que ellos esperaban.
Porque lo que esperaban estos presos es que el día en que se iniciara el juicio, hubiera que posponerlo, alegando motivos de salud, extrema debilidad, razones humanitarias certificadas por los funcionarios médicos de los servicios sanitarios de las instituciones penitenciarias catalanas. Motivos tan avalados por la ciencia, que ni el Santo Tribunal Inquisitorial Supremo Español podría rechazar: sería un acto demasiado facha. Pero en fin, tenían demasiada hambre, y el 20 de diciembre dieron fin a su heroica «huelga de hambre».
¿Qué importa si nadie les ha creído, salvo los que tenían por fuerza que creerles? Todo en la política española es un simulacro y, desde hace ya mucho tiempo, un simulacro a la vista de todos. Aquí no es el emperador el que está desnudo, es toda la gobernanza y la concurrencia la que anda en pelota picada, como si nada.
Todo opera más bien por inercia. Tenemos un régimen agotado, en manos de familias políticas, mediáticas y corporativas, que se resisten a soltar la ubre exprimida de España. Ubre estéril, pues aunque antes España era un toro bravo, con el nuevo siglo se cambió de género y hoy es una extraña vaca hormonada, transgénero y porcina.
¿Y de qué manera se resiste el Régimen a su decadencia? De una manera aparentemente paradójica: creando partidos que anuncian que vienen a reformarlo e, incluso, a derrocarlo. Cada vez que surge uno de esos nuevos partidos -la novedad de este año es Vox- esa caída inevitable hacia el abismo pareciera ralentizarse. Como una serie de televisión, en la que la introducción de nuevas tramas y personajes, consigue alargarla unas temporadas más.
Los programadores, no obstante, andan preocupados sobre la forma de concluir la serie y empezar otra nueva. Un amigo que trabaja como becario en el guión de “España 2020”, me cuenta que en los próximos episodios se baraja una condena ejemplar, tras la cual se organice un gran Auto de Fe, con Junqueras y sus compinches derramando lágrimas de cocodrilo, proclamando ante los fieles el arrepentimiento de sus pecados, su amor a Cataluña y a su escaño, pues ellos actuaron por ideales y, aunque tal vez se equivocaron en las formas, nunca pretendieron hacer daño, no como el traidor e infiel Puigdemont, que ni ayunó ni se presentó ni se arrepintió, sino que escapó como una comadreja…
Un gran acto de reconciliación nacional, en el que se abrazaran un Rivera y un Rufián, Iglesias cabalgase contradicciones con Santi Abascal por los montes de Galapagar, Casado apareciera ya divorciado y vuelto a casar, y Sánchez, con gafas oscuras de narco, sobrevolándolos a todos desde el AirForceOne, que dibuja un chemtrail en el aire con la palabra INDULTO… El pobre Torra, abandonado por todos, aporrea las puertas del Palacio de Waterloo, que nadie le abre. Fundido a negro.