Frank G. Rubio
El malhablado no tiene derecho a disertar sobre el sentido de las palabras, de igual modo
que el injusto no puede definir la justicia, ni el malvado la bondad, ni el imprudente la
discreción. Fernando Genovés.

Cuando leíamos en Nietzsche, parafraseando a Pascal y Plutarco, aquello de que “el Viejo Pan había muerto” nos estremecíamos. Ciertamente era un estremecimiento poético, poco imaginábamos entonces que los usos lingüísticos y las realidades sociales que les
corresponden nos llevarían a considerar en un futuro, que ya es nuestro presente, el renacimiento del numen en formatos y contextos más bien grotescos y que ello acabaría
invitándonos a la carcajada. Siempre eso sí con el cuidado exquisito de no ofender a los nuevos ídolos de la Tribu, los científicos. Descendientes espirituales sin duda de Chita, que
en realidad era un caballero: Mr.Jiggs.
Buscando las acepciones del término “pan” (hay casi un centenar) encontré que chimpancés y bonobos pertenecen a un género zoológico, casualmente así denominado;
del mismo modo que a neandertales presuntamente extintos y humanos actuales (Homo
Sapiens) se nos inserta en el género Homo. Me pareció curioso y enseguida pensé en las
películas de la serie del Planeta de los simios de ahí, como una bola de nieve que va
acumulando tierra y hielo en su descenso, terminé en el Proyecto Gran Simio (1993) y su
reactivación reciente desarrollada en Israel durante el año de gracia de 2019.

Sin comerlo ni beberlo me había internado en la ciénaga del animalismo y del
vegetarianismo contemporáneos; este último ya no se plantea como un estilo de vida
exótico para “selectos”, o fanáticos religiosos, sino que pretende imponerse como regla al
pequeño mundo del bípedo implume. Este último, mayoritariamente votante y televidente
obligado. Hay que salvar la Jaula, perdón: la Tierra.
El animalismo forma parte de los Intangibles de la clase dirigente de nuestra sociedad
global, tan similar por lo demás a la que paródicamente representan los científicos simios en
la genial película de Franklin Schaffner. Inveterados adoradores de un Darwin primate,
resultando este uno de los mayores hallazgos satíricos del film al que mucho tiempo
después Jane Goodall rendirá homenaje de manera involuntaria imitando públicamente el
“lenguaje” de los chimpancés.
En todo esto las almas cándidas no escuchamos otra cosa que un detestable ruido
atávico/simbólico, procedente de las profundidades, que algunos/otros ciertamente
quisieran fuese “la voz de su amo”. Ha llovido mucho, aunque en tiempo de calendario
hayan sido unas pocas décadas, desde que Arnold Gehlen, un “señoro hetero” como sería
calificado por alguna bonoba universitaria, señalase:
El hecho de que el hombre se entienda a sí mismo como creación de Dios o bien como un
mono que ha tenido éxito, establecerá una clara diferencia en su comportamiento con
relación a hechos reales. También en ambos casos se oirán muy distintos tipos de
mandatos dentro de uno mismo.

Y es que si nos volvemos exigentes y nos ponemos a pensar acabaremos teniéndolo
crudo. No puede imaginar el lector las ideas que vinieron a mi cabeza hace unos días
cuando en completa soledad recorrí la catedral de Segovia cotejando las resonancias de
este espacio sagrado, ya prácticamente un museo, con recuerdos fragmentarios del Reina
Sofía o de cualesquiera “centro comercial” escogido al azar. Me decía a mí mismo: sin duda
los monos deben creer ahora que han ganado la partida pero hubo un tiempo en que los
hombres estuvieron en lo real, no sólo persistiendo. Más bien tratando de imitar, quizá ya
sin enterarse demasiado de lo que hacían, la imagen arquetípica del Hijo del Hombre: el
Horus-Cristo.
Y eso difícilmente se puede enterrar de la noche a la mañana. Por mucho que los circos
excluyan a caniches y elefantes de su elenco, y se postule a las orangutanas como
ciudadanas de pleno derecho. Todo esto último recluido en el ámbito de materia que
señorea la Rueda.
Con el titular: Un manifiesto científico solicita que los chimpancés y bonobos del género
“PAN” sean incluidos al género “HOMO” se nos informa de la decisión de un grupo de
científicos que ha publicado un documento. Su título no puede ser más significativo:
“Supervivencia Pan en el siglo XXI: Preservación cultural de los chimpancés y bonobos,
rehabilitación y manifiesto de emancipación”. Ahí, sigo literalmente con la noticia, se
argumenta ampliamente el porqué los chimpancés y bonobos deben estar incluidos en el
género “homo”; haber sido publicado en la prestigiosa revista científica Human Evolution
constituye argumento disuasorio para posibles críticos.
En el 2003 nos aclaran los autores que Morris Goodman, el padre fundador de la
Biología Molecular y la genética de los chimpancés y su equipo de la Universidad Estatal de
Wayne (Detroit, EE UU) propuso que debido a las investigaciones realizadas genéticamente
no existía bajo ningún concepto fundamento biológico para clasificar dos especies tan
próximas en géneros distintos entre los humanos y los chimpancés. El español utilizado
como puede observar el lector es casi tan pedestre como el pensamiento que anima a tan
respetables expertos. Precisamente Morris Goodman, “Hombrebueno Oscuro”, ha sido
asesor de la tesis doctoral realizada por Itai Roffman, promotor del citado manifiesto en el
que se propone la urgente necesidad de incluir en el género “homo” a los bonobos y
chimpancés, perseverando (sic) así sus culturas y la protección de su hábitat junto a su
patrimonio cultural, debiendo declararse los lugares donde habitan como patrimonio mundial
de la UNESCO.

Pan no quiere ser sólo mono pensé, Pan quiere, como Tarzán, pasear impunemente con
Jane por la Gran Manzana…y que no les falte botín. Estos monos son tan Unitarios como lo
era la familia de Charles Darwin; en cualquier caso el patrón seguido por sus vestimentas
intelectuales resulta bastante burdo: un auténtico “mono”. No muy distinto como metáfora
que el traje al uso de nuestros médicos y sanitarios en los recintos hospitalarios…tan caris
por lo demás al Caos reptante: Nyarlathotep.
Volviendo al comienzo señalar que la clave de bóveda, tanto del Proyecto Gran Simio
como del movimiento animalista y la filosofía que lo anima, lo constituye un libro publicado
en 1975: Animal Liberation: A New Ethics for Our Treatment of Animals, obra del filósofo
australiano Peter Singer.

Este señor que como buen australiano lleva inserta la jaula en su inconsciente cultural,
nada tiene que ver con los nativos que son viajeros estrictos a las Tierras del Sueño. Es
más bien un continuador del utilitarismo benthamista y su gran hallazgo: el cálculo
hedonista universal. Hoy por lo demás la filosofía de nuestras clases dirigentes. Singer
asevera que el monopolio del placer y el dolor no pertenecen al hombre, consecuentemente
basándose en el “principio de consideración de iguales intereses” elabora la panacea del
altruismo interespecífico; del cual surgirán, inevitablemente, la prohibición de la tauromaquia
y la modificación, por “fiat” de la ONU en un cercano futuro, de los hábitos alimentarios y
dietéticos de la Humanidad. Como efectos colaterales: eugenesia, aborto, eutanasia e
infanticidio; impartidos claro está con todas las garantías, como hoy lo son las vacunas y los
tubos de respiración en las UCI por los señores del mono blanco. No es pues baladí el
proceso que vivimos de medicalización militarizada de la existencia con ocasión de una
epidemia de baja letalidad, mutada a pandemia por decisión administrativa.
¿Volverá pues Copito de Nieve a la programación en la época de la hegemonía del Gran
Panda? Y pensar que nadie habla ya del “zasca” que la realidad le ha dado a las “profecías
de san Malaquías”.
Todo lo anterior, acoplado a la hipostatización de los fenómenos psíquicos y a un
igualitarismo draconiano de partida, resulta indispensable para el establecimiento de un
despotismo sin rostro ni cabeza. El administrado desde una Inteligencia Artificial poderosa.
¡Si Bataille levantase la cabeza…!

No es otro el objetivo de Klaus Schwab con su borrado de fronteras entre lo vivo y lo
inerte, lo natural y lo artificial, los griegos y los turcos…y su búsqueda de fusión universal,
vía nanotecnología, de los humanos con…lo que haga falta. Híbridos, quimeras, cyborgs…
Lo mejor para humanizar nuestras conductas, asevera Telefónica, es convivir con robots;
el BBVA recomienda parches de conexión WiFi insertos en la piel para mejorar la calidad de
los seguros médicos…no tendrás nada y miel sobre hojuelas, nos recomienda el hierofante
de Davos… algo hay en el aire que tiene aroma de sótano.
Esta gente sin duda, como Bentham después de muerto, ha perdido la cabeza. ¿Será
por lo que todo es tan entrañablemente híbrido, rizomático y acefálico? ¿O más bien nos
encontramos con el escenario que señalan algunas profecías donde el Diablo, la Serpiente
Antigua: Satanás, anda suelto?
Supongamos que hubiera marcianos, como especula Singer, ¿nos convencerán cuando
contactemos con ellos de lo que afirma una socióloga alemana: que comer carne no es un
asunto privado? ¿Y qué debemos pensar de la propuesta de Podemos durante la
Plandemia de prescindir los lunes de la susodicha?
¿A solas con el Mundo, el Diablo y las impresoras 3D?
Más allá de las consideraciones estrictamente materialistas sobre la mayor o menor
adecuación de las proteínas animales para proveer una vida humana sana, o si nuestros
cuerpos están o no diseñados por la evolución para una dieta omnívora más que herbívora,
hay cuestiones en juego radicalmente diferentes y mucho más importantes.
Saltar de una Humanidad cuyas raíces culturales están en gran medida aposentadas en
la Trascendencia, a través del simbolismo del Sacrificio, que no es otra cosa que la
mediación ritual entre dioses y hombres, a un batiburrillo contingente, algoritmizado y fluido
de híbridos, cyborgs e identidades de género misceláneas, unidas por su conexión a una IA
para mejor gestionar las “leyes de la ecología”, es una elección arriesgada a nivel
civilizatorio. Si no fuera porque es inconcebible y alucinante pensaría que todo este devenir
global, del que estamos siendo algo más que testigos, es parte de una invasión
extraterrestre. Como en los icebergs, no podemos presenciar más que una mínima parte de
la superficie.

El hombre no es herbívoro, ni por constitución física ni por conducta; tratarlo como tal es
degradarlo. Comer éticamente puede no ser inteligente, no podemos olvidar que la caza es
probablemente lo que nos hizo humanos. La vida actual en sí no es un buen criterio
normativo para juzgar el pasado, tanto reciente como lejano, fundamentalmente por su
carácter desacralizado y su alejamiento del símbolo. Que la mayoría de los veganos y
vegetarianos sean mujeres, no dice nada positivo a favor de esta práctica. Las “buenas
intenciones”, separadas de la sabiduría y la inteligencia, conllevan una grave amenaza y
sólo nuestros enemigos pueden postularlas como guía general de conducta.
El atrincheramiento de la Modernidad en un orden agónico es un hecho que en gran
medida se debe, como han señalado algunos autores, a la incapacidad de vivir la
experiencia de lo trágico. La Inmanencia y la multiplicidad no son buenas consejeras.
Ejemplo claro lo da esta estupidez, con la que terminamos, proferida por un aclamado
filósofo contemporáneo, Robert Nozick:
Quizá debemos modificar más bien nuestra propia naturaleza y transformarnos en seres
infelices, que sufren cuando otros también sufren; quizás, sufriendo nosotros mismos
cuando alguien causa daño a otros, o incluso cuando otros lo sientan, podemos salvar la
especie.
Con esta peculiar aportación que suprimiría toda agresión interespecífica se iría también
por el desagüe el sentido de la comunidad. Cualquier creación requiere una muerte ritual. El
ritual es anterior a la comunicación lingüística.
¿Nos traerán las Máquinas Vigilantes de Amorosa Gracia de James Lovelock la primera
Presidenta Orangután de la Unión Europea?
No es buena política reconstruir el pasado remoto mientras se deconstruyen el presente y
el pasado más reciente.
La Rebelión era la Granja…
La cultura está basada en el sacrificio.