LA TRISTE FÁBULA DEL COLEGIO DE PASTEUR

El pobrecito trabajador

NOTA: Toda coincidencia con la realidad es pura causalidad

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Cuentan las malas lenguas que el famoso químico Pasteur se hizo empresario educativo. Caminando por la calle, pensando en ecuaciones, se encontró con su buen amigo, el católico inglés, mucho más joven que él, (¿cómo se llamaba?). Como buen católico, era el dinero su ambición, mentiras por doquier: “¡Luis, Luis! ¿Microbios? ¡Un colegio, y a vivir!”

Convencido Pasteur, lleno de ilusión, mil deseos por cumplir. “¡Será el colegio de los sueños! ¡Piscinas, ya lo veo! ¡Profesores muy contentos! ¡Olvidaos del presupuesto! ¡Aprender es lo primero! ¡Pocos alumnos, buenos! ¡Excelencia, solo eso!”

Vienen los alumnos, comienza la alegría. Mas las dificultades no son pocas. ¿La piscina? En construcción, en construcción (así un año y otro). ¿Excelencia? Olvidó meterla en el presupuesto. ¿Aprender? Lo que se pueda. Pasteur está que truena. Decepcionado, opta por pasar a un segundo plano. Y como con el Pueblo Elegido, al colegio llega la Etapa de Gobierno de Reyes.

La realidad católica se impone, se abandona toda sospecha de ciencia. Donde había fe, ya solo queda avaricia; en la capilla finalmente se adora al verdadero Dios católico:  Mammón. Profesores muy contentos, por la cuenta que les trae. Endogamia a discreción, broncas continuas (“a mi marido, no”): se establece el dogma de la Infalibilidad de la Dirección. Las cuentas no salen, aquí no ganamos dinero. El Banco se convierte en Inquisición, y patrulla por el centro. (¡Silencio, silencio! Hoy viene el Acreedor). El miedo se extiende tras las primeras quemas. “Profesores muy contentos” y “aprender es lo primero” pasa a “padres muy contentos”; tanto les contentan que ninguno está contento: se promulga el Inmaculado Aprobado, empieza la carrera por ver quién aprueba más (¿entre alumnos? ¡No! ¡Entre profesores!). Los niños, claro, no aprenden, la Dirección se sorprende, ¿por qué tantas quejas? ¿La culpa? Del profesor, por supuesto, ¡horas extras, horas extras! ¿Quién las paga? Los padres, a la Dirección. El profesor, a trabajar, que se deje de cobrar. ¿Cobrarlas? ¿Qué sois, comunistas? Pasteur ya ni se atreve a pasar por Secretaría, ¿mi nómina?, susurra, ¡a la Directora!, le chillan. Frustrado, piensa en ahogar sus penas en comida, pero la cocina, monopolizada por familia, y altamente racionada, no le alimenta, le enferma. Si tan solo fuera de ese día…

Dicen que Pasteur, con las esperanzas (¡y la tripa!) destrozadas, abandona la aventura. ¡Esto es demasiado católico!, exclama. No es lugar para científicos. No es lugar para ilusiones.

 

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