Frank G. Rubio

Resulta sorprendente y lamentable contemplar la evolución de la opinión pública española de los últimos dos años y medio sobre cuestiones de Estado. La movilización total de la población que Jünger entendía, y no le parecía mal por su ideología gnóstica, vinculada a la coordinación de las masas con la Técnica ha tenido un espectacular desarrollo durante la fase COVID. El siglo XXI va a plasmar todos las prevaricaciones tecnocráticas y distópicas del siglo XX pendientes; su formato: el Estado Mundial. Las masas han asumido una completa inhibición de sus conductas, por mor de una farsa construida mediáticamente, en nombre de una emergencia sanitaria cuidadosamente exagerada.
China comunista, y socios transnacionales en la sombra, quería confinamientos y deceleración económica; los ha conseguido. Método: oscurecer los orígenes en la diseminación de un virus artificial, elaborado en un laboratorio propio pero con colaboración de científicos norteamericanos. Meros empleados estos últimos, los científicos y expertos no dan para mucho más, de un consorcio internacional discreto. Aquellos a los que Peter Breggin llama “predadores globales”, las buenas gentes del Big Tech y Davos. Con el imprimatur de Xi y el Vaticano.
La UE, comenzando por Italia y con la excepción de Suecia, ha participado activamente en un juego teledirigido por el sector más fuerte de las élites anglosajonas, europeas y transnacionales. Mandan el Foro de Davos y el Partido Comunista Chino. Las muertes a lo largo del planeta, tanto por los efectos directos e indirectos de confinamientos y seudo vacunas, se cuentan ya por millones.

Hacer caer a Donald Trump era prioritario para poder vacunar a millones de personas “urbi et orbi”, con finalidades espurias que no vamos analizar aquí, y amasar billones cuando no trillones de dólares en beneficios. Pero claro, había algo más. Y ese algo ha quedado marcadamente claro con la crisis ucraniana, un producto elaborado de pitanza tóxica para microondas puesto en circulación mientras se gestiona una nueva pandemia. Anunciada esta última por Bill Gates; como anunció ya la anterior, varios años antes de su aparición, el doctor Fauci. Justo unos días antes de la toma de posesión del 45 Presidente norteamericano. Tampoco hubiera sido posible con Trump el desarrollo hacia la guerra con Rusia que está teniendo lugar. Suponer que todo esto forma parte de un plan más o menos flexible no es conspiranoia.
La emergencia del IV Reich en Europa está en juego. Y el conflicto bélico con Rusia, más o menos caliente, forma parte del diseño. La opinión pública española, dividida sobre la gestión gubernamental de la epidemia que ha resultado penosa, como penosa lo ha sido (en gran medida por inexistente) la gestión realizada por la Unión Europea, ha pasado de la inhibición, escasamente compensada por los cánticos y aplausos desde las covachas iluminadas por una propaganda televisiva dedicada a atemorizar y desinformar sin límite intelectual y moral alguno, a posicionarse bravamente en favor de los agredidos e invadidos ucranianos; víctimas inocentes de la perfidia del monstruo ruso. Personificado este último por Vladimir Putin.

Los mismos que han permanecido callados, aplastados como seres humanos por un “estado de excepción” camuflado de “estado de emergencia”, despiertan a la vida para tomar partido por una buena causa que les es servida en bandeja por la televisión y la prensa mediante la manipulación de las emociones psicológicas más básicas. La misma televisión y prensa, cuidadosamente regada con dinero público, que ha gestionado el miedo, la desinformación y el maniqueísmo más burdo durante cerca de dos años.
Zelenski, un político no menos corrupto que los anteriores que se han sucedido en el poder en la república independiente de Ucrania, en concreto el sexto, se ha convertido en un héroe gracias a la modulación de simulacros de los mismos medios de comunicación que redujeron a la condición de ganado humano, durante meses, a millones de ciudadanos españoles. El nuevo héroe casualmente resulta ser un actor y productor cinematográfico que ha representado en la pantalla, entre otros, el papel de un honesto luchador contra la corrupción que llega al poder. Esta burda mecánica basada en una simulación ficticia que se adelanta a los eventos que quiere conjurar, es la que aquí y ahora le ha adjudicado los votos.
En Ucrania las elecciones no han sido jamás limpias, ni ejemplares. Pocas y sucias, aún más que las españolas. La república ucraniana, por lo demás de muy reciente creación (1991), y con un breve preliminar durante 1918/ 20 en el contexto de la Revolución rusa, es sólo un poco menos patética que lo fue la española. Que afortunadamente no ha podido manifestar su tercer desarrollo.
El miedo inyectado en la población de nuestro país por los medios, con ocasión de la invasión de otro cuyo nombre mismo significa “frontera”, sigue siendo el mismo del inserto con la histeria del COVID; aunque ha aumentado la movilidad de los sujetos sometidos a una operación ingente de dominio mental. Sujetos que pueden hablar de ello convenientemente abozalados en interiores, o “liberados” en terrazas, y sometidos a vigilancia y trazamiento telemático continuo.