Paco Arellano
Llevo mucho tiempo parado con estas aberraciones y, la verdad, es que no sé ni por dónde empezar a ponerme al día, pero es que todo va tan deprisa… Estamos acabando el mes de marzo en un mundo desierto como si hubiera habido una guerra termonuclear entre las superpotencias (que todavía las hay y las seguirá habiendo); pero creo que no ha sido así, aunque vaya uno a saber. El causante de esta pérdida de habitantes en las calles de nuestro planeta no es otro que un terrible virus llegado de China comunista que está recorriendo el mundo como encarnación del tercer jinete del Apocalipsis, el de la peste. No es la peste bubónica que dejó Europa medio despoblada allá por el siglo xiv, ni la gripe española de finales de la Primera Guerra Mundial que acabó con unos veinte millones de personas (otros dicen que con cuarenta) y no se sabe con cuántos millones de perros y gatos, que también eran afectados por esta terrible pandemia. Ha habido en el siglo xx otras epidemias generalizadas, pero posiblemente la peor haya sido la de la gripe española, aunque, ocasionalmente, nos alarmamos con ataques de otras cepas de la gripe, generalmente provocadas por saltos entre especies, y del más terrible ébola, que al final no fue para tanto (me refiero a Europa y más concretamente a España, donde tan solo hubo un muerto y de importación… ¡ah!, y el pobre Excálibur, que fue sacrificado por pura estupidez humana).
De momento, la medida estrella de nuestro Gobierno (ya llego, ya) no ha sido otra que la de recluirnos en casa a todos nosotros (virtualmente a la totalidad de la población) para que la pandemia pase y así poder conseguir que nuestro sistema de salud (de los mejores del mundo, nos dicen) no se colapse y no nos deje morir en una indigencia médica que para sí quisieran los países más subdesarrollados del planeta. Así que aquí estamos, metidos en casa sin poder salir más que a comprar una barra o la lata de atún que queremos meter entre dos rebanadas de pan de molde, para ir a la farmacia, para solucionar algún problema de urgencia, para muy poquitas cosas. Nos han impedido desempeñar nuestras funciones laborales porque podemos contagiar a nuestros conciudadanos o contagiarnos nosotros mismos y a nuestros compañeros de trabajo. Debemos rebajar los viajes en metro y en coche. Debemos quedarnos en casa durante un mes (que al principio fueron quince días, pero con derecho a prórroga), encerrados con la familia para que el contagio no se difunda a troche y moche y no quede nadie sano y atestemos los servicios de urgencias de los hospitales y las unidades de cuidados intensivos porque no hay sitio para todos nosotros en el mejor sistema de salud pública (y privada, casi diría yo) del mundo. No podemos ir a trabajar para ganarnos el pan con atún del que hablaba más arriba y a muchos de nosotros nos han despedido del trabajo o nos van a despedir porque las empresas no pueden estar pagando los salarios (de hambre) que pagan y tienen que hacer despidos temporales para poder mantenerse a flote cuando todo vuelva a funcionar. Y eso del funcionar, ¿para cuándo me dicen que va a ser? La vuelta a la normalidad, ¿para cuándo tienen pensado que sea? Y lo de la vuelta al trabajo, ¿para cuántos de nosotros va a ser algo efectivo y no simples palabras que no valen más que el humo de un cigarrillo?
A ver, que nos entendamos. Intentaré describir la situación española tal y como yo la veo desde que, a finales de enero, nos dieron las primeras indicaciones de que había una epidemia muy grave que en China estaba ya matando gente. Lo malísimo de esto es que, según confesó el otro día el ministro de Ciencia (y lo confesó porque se le escapó entre el montón de papeles que llevaba encima para contestar a las preguntas amañadas que le hacían en una rueda de prensa), el Gobierno estaba al cabo de la calle desde mediados de enero de la que se nos venía encima y prefirieron no hacer nada porque, claro, con el Gobierno recién formado con los comunistas de Podemos, no iban a lanzar una proclama tan poco tranquilizadora, estando tan cerquita, además, el día de la mujer de izquierdas descerebradas (que se celebró el pasado chocho de marzo, como decían las feministoides de turno y de salón y que a sí mismas se llaman «las feminazis», aunque también se podían llamar «las femivacas») y la promulgación de una serie de leyes políticas que tenían y tienen mucho interés en potenciar y aprobar para no sé muy bien hacer qué con ellas.
Que quede claro que todo lo que sigue es pura especulación por mi parte que se ha formado basándome en mi libertad de expresión y un intento de aclarar en mi cabeza una serie de cosas que no termino de ver claras, que no termino de entender.
Este país es un modelo cuando se trata de hacer las cosas mal o muy mal. Siempre elegimos a lo peor de cada casa para que desempeñe trabajos de hombre de verdad. Y los trabajos de un hombre de verdad (y de una mujer, la hembra de la especie, también) se tienen que basar siempre, y entre otras muchísimas cosas de las que adolecen, en decir la verdad por dura que sea, por difícil que sea su asimilación. Cuando en China ya se moría la gente a espuertas, aquí salía un pobre mamarracho por televisión diciendo que esto iba a ser cosa de un caso o dos, aislados, eso sí, y que su repercusión iba a ser mínima; este mismo mamarracho hablaba de muertos entre sonrisas y bromas, cosas que, en un mundo civilizado, le habrían valido un pase rápido por la sección de emplumado. Al final se ha visto que de repercusión mínima, nada; que de un caso o dos, nada tampoco, porque ya vamos por más de cincuenta mil y subiendo. Que nuestro sistema patatín, que si patatán… todo ello pura mentira, pura demagogia, pura fanfarronería. Salía el ministro de Sanidad, que da miedo verle porque es el típico inútil al que le han regalado un puesto que le viene, no grande, sino inmenso, que es filósofo y no médico, que, en pocas palabras, no tiene ni puñetera idea de nada de lo que hace, ni de nada de lo que dice (me imagino que ni siquiera de filosofía, solo de separatismo, en este caso, catalán). Se le ve cara de pánfilo, de pobre hombre al que le sueltan algunos papeles, le regalan un cargo para el que no tiene capacitación y empieza a lanzar memeces como una máquina de decir tonterías. Pero esto no es algo nuevo en este Gobierno, donde el único que sabe a lo que va es el noble Pablo Iglesias, que está a un paso de alcanzar el cielo y de hacernos alcanzar a nosotros el más aterrador de los infiernos. ¿Y todo esto para qué? Pues creo que lo voy entendiendo según pasan los días y uno va oyendo lo que nunca ha querido oír.
Esta es una historia que viene de largo, concretamente de las últimas elecciones generales donde el PSOE sacó ciento veinte escaños (lejísimos de una mayoría absoluta que le permitiera gobernar en solitario, o de una mayoría relativa que le permitiera gobernar con algunas ayudas), número tan bajo (el más bajo que ha sacado un partido en el Gobierno en toda la democracia) que han tenido que pactar con lo peorcito del arco parlamentario: concretamente con los comunistas de Podemos y con los independentistas de Cataluña y del País Vasco, más todas las basuras que bajo diversas siglas y banderas circulan por nuestra pobre patria. Gente de Valencia y de Teruel, un par de ejemplos que, de haber tenido que glosarlas el pobre Miguel Hernández, no habría sabido qué poner en su impresionante «Vientos del pueblo»: no son «murcianos de dinamita», ni «vascos de piedra blindada», sino algo muchísimo peor y muchísimo más bajo y rastrero. El caso es que con toda esta gente, el PSOE formó un gobierno, no ya Frankenstein, sino directamente basuriento, que no tiene en mente más que una serie de ideas partidistas que le van comiendo el terreno al partido más votado (esto me da risa, pero la cosa es para llorar) y este Gobierno cede y cede cada vez más, rindiéndose a los planteamientos comunistoides de Podemos y los intereses de destrozo de la patria por parte de los separatistas. Los golpistas de octubre en la calle para ir a trabajar (¿siguen yendo a trabajar estos días o están encerrados en la cárcel?, ¿o les han enviado directamente a casa para pasar con los suyos la cuarentena?), los comunistas diciendo cada vez que se asoman a la televisión (que es lo único que les interesa realmente: aparecer en televisión para soltar sus consignas habituales) las tonterías más grandes que uno puede llegar a imaginarse (el otro día, el imbécil de turno, que en este caso fue nuestro vicepresidente de Gobierno, el noble Pablo Iglesias), como por ejemplo que esta pandemia afecta a las clases sociales más bajas. Si hay algún otro imbécil que se crea estas tonterías habría que poner su fotografía en wikipedia debajo de la palabra «crédulo». Además, el señor vicepresidente del Gobierno ha quedado plasmado ya como clase afectada, así que eso le sitúa en las clases más humildes de nuestro país: su casoplón y su baronía serrana no cuentan; haced lo que digo, pero no me sigáis en lo que hago. Por eso mismo, el vicepresidente Iglesias (y parece que también el presidente Sánchez y también la vicepresidenta Calvo y a saber cuántos más) no hace ni caso a las restricciones de presencia física en los consejos de ministros y allí se planta a transmitir la enfermedad a cualquiera que se le ocurra acercársele. Por cierto, en las fotografías de los últimos consejos de ministros o consejos de crisis, creo que así los llaman, no he visto la presencia de la ministra de Igualdad (y otras cosas, claro, que ella lo vale), cuando debería estar presente con toda la intensidad de sus conocimientos, lo mismo que ministra de Trabajo. Estas dos ¿señoras? tendrían que andarse muy al loro estos días porque, después de todo, la Igualdad tendrá algo que ver con todo lo que está pasando y el Trabajo creo que muchísimo más, pero, en fin… A lo mejor es que no quieren que las veamos (de la señora de Iglesias dijeron que daba positivo en el coronavirus, pero a saber, porque como tienen a su disposición todo lo habido y por haber a lo mejor su enfermedad es menos grave que la nuestra).
Quiero saber, porque tengo derecho a saberlo, cuántas fueron las mujeres que resultaron arrastradas por la corriente violeta (se llaman a sí misma «violeteras», porque van vestidas de color violeta, que ya hay que ser cursis y además ridículas) a las calles de Madrid, de Barcelona…; quiero saber, porque tengo derecho a saberlo, cuántas de las violeteras acarreadas al desfile antihombres fueron afectadas allí mismo por el malvado virus COVID-19; quiero saber a cuántos miembros de su círculo contaminaron a la vuelta a sus funciones diarias (me refiero a sus maridos, hijos, padres, amigos, compañeros de trabajo, amantes o amantas… a todos, en una palabra) y a cuántos de ellos hemos perdido por la irresponsabilidad de muchos; no de unos pocos, no, de muchos, porque hubo quien dijo que había que ir a las manifestaciones en masa porque las mujeres lo valemos (el caso de Susana Griso en televisión y supongo que el de la ínclita Ana Rosa Quintana por el mismo medio), que dejarían ir a sus hijos a la manifestación si querían hacerlo (esto lo dijo el responsable de informarnos de la marcha de la pandemia, un tal Simón; ¿sabrá este hombre lo que es la simonía?), luego, en masa ya (todas las televisiones menos una o dos en contra), todos los medios informativos para que allí se plantaran las mujeres a defender sus derechos, a saltar por los aires la brecha salarial, a exigir un reparto equitativo de las funciones de cualquier tipo y a decir que los violadores somos los hombres (todos los hombres, incluidos sus padres, sus hijos, sus compañeros, no me atrevo a decir que sus maridos, sus colegas) a ritmo de tambores (que no me imagino de dónde sacan tantos tambores para darle la paliza al personal).
Y mientras muchos morían (y seguirán muriendo), la manifestación del día de la mujer se celebraba entre agasajos postineros y todas tan contentas, yéndose luego a comer, a tomar unas tapas, a beberse unos vinos y a repartir besos y parabienes que, se conoce, cuando se dan con alegría femenina no contagian ninguna enfermedad, ni siquiera mental.
Y a la semana siguiente del día del orgullo femenino, nos encierran en casa por un periodo por determinar y tiran la llave al río. Y, de paso, tiran muchas de nuestras vidas a la basura.
Nos obligan a salir como borregos a los balcones a aplaudir a los servicios médicos a los que niegan los medios de trabajo más básicos (por ejemplo mascarillas y guantes), a los policías de todo tipo (especialmente a los miembros de la Guardia Civil, a los que no dejan que lleven sus propias mascarillas y les obligan a trabajar sin ellas), a los repartidores, a los empleados de los supermercados, a la gente que puede seguir trabajando aunque con graves riesgos para la salud, privada y general. Luego, de paso, el Gobierno, por voz de su vicepresidente, pide una cacerolada contra el Rey de España para que entregue el dinero que su padre consiguió (con malas artes) y nos explica alegremente por televisión, con esa voz de cura de pacotilla que emplea últimamente, que la libertad de expresión (esto mío es libertad de expresión, así que… ajo y agua) es lo más importante y que nunca permitirá que eso quede menoscabado. Hoy me entero de que una empresa española (cuyos datos no nos facilitan) ha sido intermediaria, o cosa parecida, en una operación de compra de kits de detección temprana del coronavirus; excelente, pero resulta que no eran los kits adecuados, pues, al parecer, no valen ni para hacer la prueba de la rana a las embarazadas (todavía queda alguna embarazada en este país). En total eran cincuenta mil kits, quizá sean más (pero eso no nos lo van a decir), y su intención era entregárselos a la Comunidad de Madrid, la más perjudicada por la pandemia: ¿mala lecha, inoperancia o algo peor todavía, como querer cargarse la Comunidad de Madrid, que está en manos del Partido Popular, a fuerza de menoscabar todo lo bueno que está haciendo su presidenta y que ya quisieran hacer solo parecido los que tanto la critican y ofenden?
No veo, en cambio, que nadie salga a aplaudir a los balcones para darles las gracias, aunque sea muy someramente, a los empresarios que están ofreciendo sus conocimientos y su dinero para luchar contra la pandemia. Hombres como, por poner un ejemplo que saca de quicio a esta izquierda irracional que nos ha tocado en suerte, Amancio Ortega; hombres y mujeres, que también las hay, que regalan al Gobierno de turno, además de todos los impuestos que les toca pagar, bienes y servicios que son casi despreciados por la izquierda aduciendo, con todo el desparpajo y la desvergüenza que la caracteriza, que lo que tienen que hacer es pagar sus impuestos como todos (aunque pagan como mucho más que casi cualquiera) y dejarse de limosnas; y eso nos lo vienen a decir personajes que no pagaban la seguridad social de sus empleados, que intentaban chorizar el dinero que les tocaba abonar por los sueldos recibidos de otros países por trabajos inventados adecuadamente, que despedían a su personal después de haber abusado de él como si estuvieran en alguna extraña plantación algodonera del Sur estadounidense, que cobraban becas por trabajos que nunca realizaban, o que… en fin son tantas cosas que mejor no seguir por este derrotero tan repugnante y lleno de desperdicios humanos y hasta humanoides.
Y veo a nuestro presidente del Gobierno con lágrimas en los ojos elogiando a todo el mundo, incluso a esos inútiles que nos han llevado a donde estamos ahora mismo: al borde de un abismo que nos llama a voces. Este hombre, don Pedro Sánchez, el plagiario mayor del reino, es el causante de muchos de los males que tiene ahora mismo este país porque sus posturas de servilismo intelectual ante los comunistas y los separatistas están convirtiendo España en el patio de recreo de una gente que solo quiere su destrucción por cualquier medio. Recordemos que hay gente en el Gobierno que decía no hace mucho (y que hoy lo seguirá pensando) que decir España era algo que casi le provocaba arcadas. Gente que decía que los únicos que habían entendido lo que era la democracia y la Transición fueron los muchachotes de ETA. Y así nos va. Esta gentuza que nos quita, literalmente, el pan y la sal, que nos manda a la muerte con una carita compungida que no esconde para nada su maldad y su bajeza moral, debe ser eliminada de una vez y para siempre (o para un periodo muy largo) de nuestras vidas. Esa misma gentuza decía no hace tanto que lo mejor era aprovechar el dolor del pueblo como arma política; pues ya lo están consiguiendo y supongo que estarán más que muy contentos. Yo no quiero un Gobierno que me mienta (lo dijo uno del PSOE, un tal Rubalcaba), y no quiero que me mienta mirándome a los ojos mientras me mata de hambre y… de gripe. Están haciendo campaña política continuamente: los unos por sus afanes de convertirnos en un país bananero pero sin bananas, solo con prebendas para sus amigotes y con cartillas de racionamiento para todos los demás; los otros por sus intereses personales (a mí, mi avión que no me lo toque nadie); y todos, todos ellos, por mantenerse en el puesto todo el tiempo que sea posible cobrando lo que no es de recibo por su capacidad (que no existe de ninguna de las maneras) y dándonos lecciones de moral y de gestión.
Entiendo que las grandes mujeres del gobierno que han tenido elevadas funciones laborales (de cajeras en supermercados y cosas parecidas; trabajos muy nobles, pero que no veo yo que ayuden mucho a la gestión de todo un país, aunque ese país sea España), sean las que ahora marcan las agendas del feminismo, de la igualdad, de la responsabilidad general de sus partidos y de las portavocías en las cámaras; lo entiendo, sí, pero no lo perdono. Porque han llevado lo chabacano al Congreso y al Senado, porque son chulas con los débiles y arrastradas con los poderosos, porque no valen nada y nos hacen creer que valen mucho. Son lo que son porque son lo que han querido que sean sus compañeros vitales (sus novios o maridos, por ejemplo, porque hay muchas familias, ¿recuerdan?). Alardean de su feminidad llevando a los hijos al congreso, a las manifestaciones, a las algaradas callejeras, si caen enfermas van a clínicas privadas como Puerta de Hierro o Rúber… y tienen una UCI móvil en casa por si les pasase algo. Yo he buscado la mía, o la de mi barrio, o la de mi pueblo… y no la he visto. Concretamente, donde yo vivo no hay un servicio de atención de urgencias y nos recomiendan que, de presentarse una urgencia grave (un ictus, pongamos por caso), nos vayamos al pueblo más cercano (a ocho kilómetros de distancia; o, si queremos algo mejor, a quince o veinte, como poco; y si queremos ir a Madrid, a cincuenta y tantos) a que nos atiendan: con un infarto van a llegar muy pocos; pero miraré a ver si tengo cerca la UCI móvil de barrio, que ya les digo que no la voy a ver.
Y los miembros del Gobierno a los que no me he referido, ¿qué hacen, a qué dedican su tiempo libre (que debe ser muchísimo, visto para lo poco que valen)? Pues a nada, a salir en la televisión en cuanto nos descuidamos para soltarnos la parida de turno, a sonreír sin saber qué decir, a rebuscar entre los papeles para encontrar la respuesta de la pregunta preparada: «Me alegro que me haga usted esta pregunta…». El ministro de Ciencia, astronauta la criatura, que me cae bien por lo pardillo que parece el chico, pero que no le veo capaz de hacer la o con un canuto; el de Universidades, que dice cosas que aterran a cualquiera y que hace reverencias ante el indigno señor Torra, que hace las veces de presidente de la Generalidad catalana aunque fue inhabilitado por el triste Tribunal Supremo; las vicepresidentas, que ya ni aparecen porque las debe dar grima hacerlo o porque están contagiadas y prefieren que no nos enteremos (¿enfermedades provocadas por las visitas a las manifestaciones feministoides de primeros de marzo?); el ministro de Interior (sí, ese mismo al que la Fiscal General del Estado llamó «maricón» en una comida entre amigos y amiguetes algunos de los cuales han terminado en la cárcel, aunque allí debían acabar todos); y el señor Ábalos, el que parece que al periodista que le pregunta cosas que no le apetece contestar hace como que le va a soltar dos hostias y a echársele encima con un alarde de muchas cosas de muy buen ver: una educación exquisita y un trato humano entrañable; y, luego, toda una serie de ministras y ministros y ministrus, que ni vemos ni queremos ver, aunque a mí sí que me gustaría contemplar a la ministra de Trabajo (otra pobre mujer que da cierta sensación de aturdimiento y con esa cara que tienen muchas de las actuales líderes estatales de necesitar a toda prisa una buena dosis de Válium) y a la de Hacienda (esta no es una pobre mujer, sino una mujer con un desparpajo que es para tirarla al río), para que nos dieran algunas explicaciones de lo que van a hacer con nuestros huesos. Pena me dan la señora Calviño y la señora Robles (ministras respectivamente de Asuntos Económicos y de Defensa) rodeadas de toda esta gentuza que no vale para nada intentando hacer viables para bien sus políticas miserables y rastreras y partidistas que intentan convertir España en un sitio donde campen a sus anchas los parados de larga duración mendigando una barra de pan y unos eurillos para poder pagar la hipoteca esperando la llegada de una gorda impresentable vestida de avispa para que no les echen de sus casas (hablo de ella, sí, hablo de Ada Colu). Estas dos mujeres, que también tienen sus cosas, son las únicas que han puesto culo en pared y han apretado los dientes para actuar de acuerdo con aquello para lo que las pagan. Los demás miembros del Gobierno, desde el primero al último, no hacen nada y, si lo hacen, es entorpecer y estropear lo que puedan hacer bien otros (otras en este caso), impidiendo, por ejemplo, y entre otras muchas cosas, que la llegada de material médico (lo que incluye medicinas que se ha demostrado ya sobradamente que palían los efectos de la enfermedad que ha provocado la pandemia) se vea interrumpida por su inoperancia, lo que provoca y provocará algunos miles de muertes suplementarias a las que ya hemos padecido.
Al paso que vamos, no tardaremos en revivir la famosa escena de Pearl Harbor donde una enfermera guapísima (esto deja fuera del puesto a Carmen Calvo y a Merichú, creo que se llama así, pero siempre me lío, aunque ya sabéis de quién hablo, y también a la señora Celáa) ponía cruces en la frente de aquellos que podían ser salvados y dejaba a los demás, pobrecillos, en blanco; unos que merecían el esfuerzo y otros a los que era mejor dejar que se murieran, así de claro. Entre esto y la eutanasia que se avecina, aquí no va a quedar ni Dios… bueno, a Dios lo quieren quitar antes y con tiempo, así que no hay problema.
Y ahora la sección de peticiones: señores del Gobierno (todos, los veintitantos que sois), marchaos de una puñetera vez. No quiero hacer caceroladas acordándome de vosotros y de vuestros antepasados hasta vaya usted a saber qué generaciones; no quiero volver a veros lloriqueando en un telediario mientras pensáis, estoy seguro de que lo pensáis, que a dónde vais a llevaros a vuestras correspondientes churris en vuestros jets privados este fin de semana. No, no quiero acordarme de vosotros. Quiero que desaparezcáis de la vida pública y de la vida política española lo antes posible, quiero que nunca más asoméis vuestra repugnante jeta por un telediario. Quiero que solo seáis sombras chinescas en lo que me queda de memoria. Merecéis todo lo que os pase, lo peor que os pueda pasar, porque habéis conseguido arruinar un país cada vez que tenéis ocasión de hacerlo, porque habéis logrado que nuestras vidas no valgan nada, que seamos como animales que nos contentamos con comer, follar, trabajar como burros para comer bocadillos de paté del malo y salir algún día a dar una vuelta… bueno, y eso ya tampoco. No os habéis ganado mi respeto y, si la gente fuera como debería ser, ni siquiera vuestros votantes más estúpidos (que lo son en su mayoría, visto lo que vemos) os seguirían votando. No es que los que vengan lo vayan a hacer mejor (que nunca se sabe y que puede que incluso lo hagan peor), pero por lo menos quitaos de en medio y no volváis a aparecer nunca. Nos lo merecemos y no nos merecéis. Queríais un pueblo de ovejas a las que pudierais pastorear a vuestro antojo, a vuestro infame capricho, pues vale, ya lo tenéis. Pero a mí no me tenéis, ni me tendréis nunca, porque antes muerto que sumiso. Como me dijo un amigo hace algunos años, soy un anarquista de derechas.
No sé lo que me deparará el destino cercano, pero lo espero con una alegría deprimida que no es más que el reflejo de los tiempos. Dicen que volveremos a poder salir a la calle el día 11 de abril de 2020, pero no me lo creo. Todo esto lo hacen por algo que no nos dicen, que nos ocultan (una cosa más) y que no sé si acabaremos por averiguar. Sé que si antes las cosas iban a malas, ahora van a peores. En fin, mientras persistan las cosas como están, resistiremos; y luego resistiremos todavía más. O eso espero, pero no confío en mis compatriotas y supongo que todo volverá a un cauce de desarraigo y penurias que, a corto plazo, veo sin arreglo. Estos artículos son siempre un proceso de catarsis, pero no me parece que haya mucho que se pueda limpiar; y lo lamento profundamente.
Creo que cuando todo esto haya terminado, porque alguna vez terminará, será el momento de pedir responsabilidades y cabezas, más que nada porque, por un puro ejercicio de limpieza democrática, habrá que hacer una profunda depuración de nuestras instituciones, desde la primera hasta la última, y ver dónde ha fallado el sistema y por qué. Lo importante es salir de este agujero, dejar de cavar en el hoyo donde estamos enterrados, y buscar las soluciones que nuestro país va a necesitar. No creo que vaya a ser fácil y no creo que vaya a ser posible: muchas empresas (empresas pequeñas especialmente) van a desaparecer, muchos puestos de trabajo serán arrastrados por la riada, muchos trabajadores autónomos y por cuenta ajena van a verse encallados en un paro de larga duración del que dudo que vayan a salir alguna vez. Pueden engañarnos con falsas promesas y haciéndonos ver el espejismo de un futuro prometedor, pero creo que esa es otra de las muchas falacias que estamos oyendo y que vamos a seguir oyendo en los próximos meses. En cuanto al deterioro del tejido social de nuestra pobre España, podemos darlo por fallecido o, en el mejor de los casos, por muy malherido. Si la clase media había sido casi aniquilada con la anterior crisis (que tampoco el PSOE pudo prever ni paliar, porque ni sabían cómo hacerlo ni estaban capacitados para nada que no fuera mentir como bellacos), en esta nueva hecatombe financiera y social me imagino que va a serlo del todo. No me quiero ni siquiera imaginar lo que estará pasando por la mente de algunos déspotas totalitarios para convertir nuestra sociedad en algo más parecido a la Cuba castrista y comunista que a un país civilizado del primer mundo (aunque más lo será del segundo). Espero con ganas que esto termine de una vez, que podamos volver a nuestras actividades cotidianas (los que todavía las tengamos) y, especialmente, a nuestro trabajo. En ese momento, abogo por la creación de un comité parlamentario de investigación de la crisis financiera y humana que estamos padeciendo y por una moción de censura, aunque se pierda, contra el actual Gobierno, ese mismo Gobierno que intenta gobernar sin Parlamento, sin más cobertura legal para sus medidas que la que dictan sus propios intereses partidistas y personales porque, que quede claro algo que para mí ya lo es, que estos intereses partidistas y personales son los únicos que han valido a la hora de evaluar a las víctimas y de solucionar tan problemática situación: no quieren salvar a nadie porque les damos lo mismo; solo quieren salvarse a sí mismos, sus puestos, sus prebendas, sus sueldazos y su carencia de responsabilidades. Con todas estas cosas es con las que hay que acabar, pero no por lo que Podemos y el Partido Socialista Obrero Español vienen preconizando (¡y malditos sean por ello!), sino porque es de justicia quitarles a ellos todo lo que tienen pero no para dárselo a nadie, sino solo por el placer de quitárselo porque, en el fondo, ni se lo han ganado ni se lo merecen. Cuando hagan la purga quiero salir a la calle a exigir sus cabezas políticas (las otras, las de verdad, de momento, no… aunque, ya puestos, a alguno le quitaría la silla eléctrica de motilidad reducida) y a gritar a voz en grito lo que decía el poema de Gabriel Celaya (que parece que era de izquierdas) y recordarles que, aunque ellos sean incapaces de dárnoslo, seguimos siendo «españoles con futuro y españoles que, por serlo, aunque encarnan lo pasado no pueden darlo por bueno. […] ¡A la calle, que ya es hora de pasearnos a cuerpo!». Creo que a estas alturas de la película esto, por lo menos esto y aunque solo sea esto, nos lo hemos ganado y nos lo hemos merecido más que sobradamente.
Paco Arellano, español, heterosexual, no polimorfo, cimarrón, blanco