Paco Arellano
Hoy quiero hablar de un tema muy delicado, delicadísimo, y me temo que no voy a estar a la altura. Ni intelectual ni emocionalmente. Las cosas son muy sencillas cuando se plasman en negro sobre blanco en una hoja de papel (en una pantalla de ordenador), cuando uno tiene claras las ideas y las formas de transmitirlas, aunque cueste a veces trabajo imaginarse el recorrido mental que tienen que recorrer para llegar desde el cerebro a los dedos. En mi anterior entrega de esta saga que pretendo larga mencionaba muchas cosas de las que quería hablar en un momento u otro, pero resulta que la molesta realidad se me ha adelantado nuevamente y tengo que pegar un salto exponencial sobre mis intenciones y dejar a un lado el tema que tenía previsto (y que era esa infamia, otra más, llamada ley LGTBI y no sé cuántas letrillas más) y pasar a comentar la última (porque ocurrió ayer y espero que no haya nuevas tropelías en circulación) payasada aventurera, revanchista y malintencionada de nuestro democrático gobierno de turno (el de Pedro el Guapo, a quien tanto aprecio): me refiero a los añadidos a la Ley de Memoria Histórica recién impresos en el Boletín Oficial del Estado.
Primero, vamos a centrarnos un poco. ¿Qué es la memoria histórica y por qué nuestra memoria personal necesita una memoria impuesta por ley? Una pregunta complicada y una respuesta complicada.
Ya sabéis todos los que me leéis el aprecio que siento por el actual gobierno de Pedro el Guapo y sus chicas de oro, pero es que cada cosa que veo que hacen me revuelve las tripas porque solo veo en ello la mano negra de su incompetencia, su ideología barata y su forma de pensar barriobajera y deshilachada. No hacen una a derechas (je, je). Si hacen algo, lo que sea, que me viene a importar poco, es porque detrás puede haber algún interés oculto (o no tan oculto) para actuar de esa manera. Se dice que si tal cosa la hacen para contentar a sus socios de Podemos (grave error, porque estos van a la que van, que es a devorar al PSOE y dejarle sin cabeza y sin votantes), que si tal otra es para cumplir con los acuerdos secretos que tienen con el independentismo (puede ser catalán o vasco o gallego o canario… también aquí viene a dar lo mismo; después de todo, las votaciones se ganan y se pierden mediante votos que te prestan, nunca votos que te regalan), con los intereses personales que pueden tener todos con hacer una carrerita en política para luego olvidarse de trabajar para siempre (supongo que ir a un consejo de administración de vez en cuando no es un trabajo para hombres de verdad). En fin, que hacen lo que hacen para cumplir con quienes tienen que hacerlo. Y, en cuanto al asunto de la memoria histórica, ¿qué pasa?

Eso, ¿qué pasa? Yo vivo pensando que nuestros actuales gobernantes tienen en mente llevarnos a vivir a una ucronía, no a una utopía (que solo lo sería para ellos), sino a una ucronía, un lugar donde la historia se convirtiera en los resultados de un condicional contrafáctico (que así es como se denomina la situación ucrónica). Me explico. Nosotros vivimos en el mundo real (ya sé que es mucho decir, pero algo de esto debe haber: el mundo real es el mundo que podemos percibir sin más). Pero podemos modificar algo algunas cosas para que ese mundo real vaya adquiriendo unas características distintas a la realidad. Por ejemplo: la palabra ucronía quiere decir no-tiempo, como utopía quiere decir no-lugar, o sea que son situaciones que no se desarrollan ni en el espacio ni en el tiempo que conocemos como naturales; los ejemplos de utopías los conocemos todos: Un mundo feliz (de Aldous Huxley), La Ciudad del Sol (de Campanella), 1984 (de George Orwell)… todo esto son utopías, o anti-utopías. Las ucronías, quizá son algo menos conocidas, sobre todo porque han hecho pocas películas al respecto; sus ejemplos más notorios (pero hay muchísimos) son El hombre en el castillo (de Philip K. Dick, donde el Eje ha vencido en la Segunda Guerra Mundial), Pavana (de Keith Roberts, novela en la que la Armada Invencible vence en su lucha contra Inglaterra), Lo que el tiempo se llevó (aquí, el Sur vence en la batalla de Gettysburg y la historia cambia radicalmente)… todo eso son ucronías. Creo que el concepto queda claro. ¿Que supondría para nosotros que viviéramos o no en una ucronía? En realidad nada, porque no sabríamos que había otro mundo posible. Una de las ramas temporales afectadas (en este caso la nuestra) se habría modificado, la historia anterior al acontecimiento que provocó el cambio seguiría igual y la posterior se cambiaba, pero sin que nos quedara recuerdo alguno de lo que había pasado de verdad. Pero, ¿y si la ucronía hubiera sido generada sin que la historia hubiese cambiado? ¿Y si el cambio se hubiera producido tan solo en el papel? Pues entonces, la historia anterior al cambio se quedaría como estaba y la posterior cambiaría solo en nuestra percepción de la misma. El resultado casi sería el mismo pero… pero habría una cosa muy importante que no hay que olvidar: la memoria de los seres humanos para recordar lo que ha pasado de verdad.
Pongamos algunos ejemplos. Yo quiero tener una carrera exitosa como paleontólogo pero, por cosas de la vida, no he podido estudiar geología, ni me he especializado en paleontología y, menos aún, en peces fósiles del Devónico superior; pero… pero yo digo que tengo todos estos estudios y hago como si los tuviera, como si fuera verdad que soy lo que no soy y soy lo que digo ser y no lo que soy. Divulgo la información y, aunque de momento haya gente que sepa que lo que digo es incierto, que nunca estudié geología, cuando vaya pasando el tiempo puedo encontrarme (yo o mis futuros conocedores) en una situación donde no quede nadie para desmentir mis mentiras y que todo lo que yo decía se convierta en una realidad alternativa, en una ucronía donde Paco Arellano fue el mejor paleontólogo de peces fósiles de la historia de la ciencia. ¿Quién puede desmentirlo? Incluso podría imaginarme una biografía ficticia completa e incluso una pequeña bibliografía, aduciendo que yo era un hombre de estudios de campo, no de despacho. Esta sería una ucronía forzada: no ha habido más cambio que el que yo mismo he propuesto y he asumido en una realidad alternativa por vía del abuso, la mendacidad y la falacia…
Pero, caramba, yo había venido aquí a hablar de la memoria histórica… Pues eso, que creo que ya estaba hablando de ella. La ley de la memoria histórica es un engendro inventado por otro engendro (en este caso humanoide) según el cual hay que intentar hacer una ley que ayude a darles dignidad a las víctimas del franquismo y de la Guerra Civil española, una ley que valdría para eliminar todos los rastros de la contienda (los de los vencedores, solo los de los vencedores) de la vida pública y de la vida política, de la vida cultural y de la vida social. La guerra fue un encuentro entre dos grupos de españoles: españoles buenos —demócratas, republicanos, gente de bien en una palabra— y españoles malos —católicos, fascistas, patriotas, gente de mal, en una palabra—. Como en aquel poema de Machado donde unos bebían el vino y otros lo sabían. Si esta división queda clara, nos encontramos con que el mal fue el vencedor de la contienda empleando para ello todo tipo de astucias y maldades (bombardeos contra la población civil, asesinatos en masa, alianzas con las malignas potencias extranjeras…) mientras que el bien fue derrotado por todas estas cosas además de por la mala fe de las potencias democráticas europeas que no querían meterse ni por las buenas ni por las malas con las nacientes fuerzas del Eje; además, el bien padecía todos los males de la guerra (muertes, matanzas…), pero no participaba en ellos: solo los sufría y, si alguna vez pasaba algo, era porque no quedaba otra, porque a la gente se le subía la sangre a la cabeza y explotaba porque no tenía otra solución, porque había incontrolados. Esta quieren que sea la nueva historia oficial. En fin, que la ley de memoria historia quiere que nos olvidemos de que en esa guerra los malos vencieron y para ello nada mejor que quitar todos los símbolos y todos los recuerdos de su paso por el mundo. En cambio de los demás, vamos a ensalzar su gloriosa presencia. De unos (y les dejo adivinar de cuáles) vamos a tener prohibido hablar y de sus cosas buenas (si es que tal cosa es posible en gente tan perversa) vamos a tener prohibido recordarlas (esto, que parece una perogrullada, va en serio: la idea es prohibir hablar de los logros del franquismo y que además sea delito hacerlo, porque sería enaltecimiento del terrorismo; ya hablan al respecto de revisionismo).
En fin… todo esto tiene visos de ir a convertirse en una ucronía. Como decía antes de mis queridos peces del Devónico, cuando ya no exista nadie que me pueda llevar la contraria, yo seré el gran experto. Cuando ya no quede nadie que recuerde de primera mano la Guerra Civil, podremos hacer lo que nos dé la gana con la historia, incluyendo su manipulación y alteración y, finalmente, conseguiremos instalar la gran mentira en el inconsciente (nunca mejor dicho) colectivo: la Guerra Civil la ganaron los republicanos y, si no la ganaron allí mismo, la ganaron pasados los años porque nosotros somos así de estupendos. Nos olvidaremos de la existencia de los malos (porque al final, todo es así de maniqueo) y solo recordaremos la existencia de los buenos.
A mí me importa un pepino quiénes eran los buenos y quiénes eran los malos, porque, al final, todos, muchos al menos, yacen muertos en las mismas cunetas, en las mismas tapias de los mismos cementerios (año más o año menos), en las mismas zanjas… y que debemos recordar que en una guerra la primera víctima siempre es la verdad. La propaganda hace la realidad más correosa. Podemos multiplicar las cifras de asesinados, podemos desvirtuar la realidad de la contienda haciendo que la guerra fuera algo mucho más machacón y destructivo de lo que fue, que fue mucho. Pero no podemos hacer que las cosas sean lo que no son. Ahora estamos dándole vueltas a que si tenemos que sacar a Franco del Valle de los Caídos y a José Antonio llevarle a un rincón —por copiar en un examen, supongo—, que tenemos que convertir el Valle en un nuevo parque temático esta vez de la Guerra Civil y el enaltecimiento de la República (recomiendo que se vean los datos de la República para ver lo correcto que era todo: contrastar sus logros es como para llorar); pero nos olvidamos del verdadero asunto: sacar o no sacar a Franco del Valle de los Caídos no va a solucionar ningún problema, ni le va a dar a Pedro el Guapo los escaños que necesita para seguir haciendo memeces (que no dan para más ni el chico ni sus chicas ni sus chicos); no va tener mayoría absoluta por el mero hecho de desearlo, pero, soltando aquí unos milloncejos para que algunos intelectuales de izquierdas se saquen un sobresueldo, allí unas prebendas para que algunos políticos de muy segunda fila sigan saliendo en televisión, para que algunos periodistas puedan seguir soltando bilis sobre temas que les vienen grandes y que solo aspiran a destruir la verdad… para acabar teniendo un voto cautivo que permita sacar un par de escaños más.
Yo estoy de acuerdo, ¿cómo no voy a estarlo?, en sacar a todo el mundo de las fosas donde descansan en mitad de un camino, en la fosa común de un cementerio, donde queráis que estén, pero hay que sacar a todos, hay que devolverles la dignidad a todos. Si tenéis padres o abuelos que estuvieron en la guerra, aunque fueran unos niños, que lo serían, claro, preguntadles a ellos lo que pasó entonces; preguntadles a vuestros padres, a esos españoles que ahora tienen sesenta, setenta años o más años, de lo que les contaron a ellos sus padres de cuando estaban en Madrid, en Málaga, en Badajoz, en Barcelona, en Valencia… de lo que pasó antes de la guerra en lo que después sería la retaguardia. Que os cuenten cómo se mataba entonces, quién lo hacía y por qué. Lo hacían todos, no unos ni otros, sino todos. Algunos incluso salían con la señal de la muerte desde el Parlamento y los esbirros de turno cumplían la sentencia y la ejecutaban al pie de la letra: «Has hablado por última vez…». Aunque a saber si tampoco esto es verdad. Sea o no verdad lo de la amenaza, el caso es que las muertes abundaron mucho por aquel entonces. Luego, la historia es conocida: la guerra, la posguerra, la transición… hoy.
Se habla de dar un dinero a las víctimas y represaliados del franquismo, de devolverles la dignidad y el honor, de anular todos los juicios (espero que políticos) celebrados en la posguerra (especialmente los que se hicieron contra independentistas catalanes, contra el gran Companys, por ejemplo, para que queden impunes tantas cosas vergonzosas y aterradoras que permitió a sabiendas, aunque ahora lo nieguen), quitar calles y pancartas, esas que tantas veces nos acompañaban en la niñez a los que ya somos algo talluditos: «Caídos por Dios y por España»… Pero es que a la izquierda se le atraganta la palabra España, como a la derecha se le atragantan las palabras Maduro o Cuba.
Así que las cosas están como están y están mal. Las heridas que deberían haberse cerrado hace muchos años (porque Franco lleva ya muerto cuarenta y pico años) se reabren y el dolor de las dos España vuelve a aparecer y hay de nuevo españoles de bien y españoles de mal: si dices que lo dejen, que ya vale, que la guerra terminó, que la perdieron los republicanos y que luego vino la larga noche franquista, que hubo una represión terrible, que el régimen de Franco ya murió (y que lo hizo matando)… entonces, eres de derechas, eres un fascista (no saben muy bien lo que esto quiere decir, pero es que, como ya he dicho muchas veces, la LOGSE hizo un daño terrible); si dices que hay que devolver la dignidad, que es urgente y apremiante sacar a Franco de su tumba en el Valle de los Caídos, que hay que levantar media España para encontrar a todo el mundo que está enterrado en una fosa común… entonces, eres un buen hombre que merece todos los parabienes habidos y por haber. ¿Esto es así, esto va en serio? ¿No hay un término medio, un término medio donde impere la cordura y la razón sin más? ¿Es mejor reabrir heridas y dividir a todos los españoles, como ya estuvimos divididos en el pasado con tan buenos resultados, en dos grupos irreconciliables?
Yo no siento animadversión por la gente de izquierdas ni tampoco por la gente de derechas. Siento animadversión por la gente que es pura basura, ya sean de un lado o de otro. Casi todo el mundo se mueve por intereses oscuros y por intereses personales que no tienen nada que ver ni con la verdad, ni con la justicia, ni con lo que es justo, ni con la ecuanimidad. Tienen que ver con sus intereses personales, con sus deseos personales, con su avaricia personal. Hay quien no se resigna a que la Guerra Civil terminó hace ochenta años con un resultado que todos conocemos: azules y rojos no se resignan. Pero hay que hacerlo: a mí me gustaría que todo esto no fuera más que un mal sueño, que nadie quisiera sacar partido de una situación tan triste como esta en la que ahora vivimos, donde los fantasmas del rencor, del odio, están despertando por toda España, no solo por esto, sino por otras muchas cosas: los lazos amarillos que para mí resultan vergonzosos (un delito es un delito, lo cometa quien lo cometa, y hay que pagar por ello; ¿acaso no lo pagamos todos?), el revanchismo que busca la independencia y el menosprecio de las demás gentes de este país para engrandecer una pequeña parte del mismo (con aportaciones económicas continuas y muy considerables para financiar locuras demagógicas y secesionistas), la división que genera el trato preferente que se les da a los terroristas de diverso jaez para que, al final, acaben siendo presidentes de sus Comunidades Autónomas a costa de lo que sea (asesinatos, secuestros). En fin, que hay problemas si los queremos, y mucho más urgentes. Por ejemplo, solucionar el problema del trabajo de los españoles, frenar la inmigración descontrolada, dar una solución al tema de nuestros mayores y sus roídas pensiones, el dejar de dar de comer a los necios con nuestro dinero y hacer que con nuestros impuestos paguemos lo que tenemos que pagar, pero que no nos saqueen cada vez que les parezca oportuno para que algún imbécil se compre un traje como el que nunca habría soñado. En fin, son tantas cosas que no hay sitio en unas pocas páginas para hablar de ellas. ¿A quién le interesa que estemos otra vez a punto de tirarnos de los pelos?
Para terminar: la ley de memoria historia debió haber sido anulada por quien pudo hacerlo pero que, por pura cobardía, no hizo nada (recuerden aquello de que cuando los hombres buenos no hacen nada, el mal acaba venciendo: y no estoy diciendo que los que pudieron actuar eran hombres buenos, que no). Luego, una vez anulada, y en terreno de paridad, debíamos intentar encontrar una solución negociada para todos, para que nadie se sintiera ni de más ni de menos. Seguro que, a la larga, o a la corta quizá, los problemas se hubieran ido solucionando casi solos, o con muy poca ayuda, porque los tribunales están para algo. Estamos eliminando la mayor en muchas cosas, para empezar el cambio del peso de la prueba y la imposibilidad de hablar de ciertas cosas, las leyes que podrían empezar a ser retroactivas o casi, la urgente necesidad de cambiar las cosas y de hacerlo bien. Está en nuestras manos hacerlo, a ver si tenemos tiempo y lo que hay que tener, que empiezo a ver señales poco alentadoras en el cielo.
Vamos a dejar la LGTBI para la siguiente entrega (queda comprometida mi palabra) y, por hoy, basta con esto, ave atque vale.
PACO ARELLANO, español, heterosexual, no polimorfo, cimarrón, blanco.