VACUNAS INFANTILES Y DISTOPÍA

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Frank G. Rubio

Mientras que en los Estados Unidos la llegada al poder de Donald Trump provoca cambios significativos en numerosas políticas, en España seguimos aferrados a las viejas estructuras fosilizadas de la etapa Biden. España es uno de los países desarrollados más acríticamente atados a las decisiones externas. Nuestro europeísmo, cegato y paleto, al que rinden culto todos y cada uno de nuestros partidos políticos con la excepción, al menos por ahora, de VOX, es uno de los vectores que explican nuestra acelerada decadencia económica, cultural y comunitaria. Entregar nuestras decisiones básicas, como hemos hecho, a Bruselas, y en concreto a Alemania, es una completa burrada. Pero aquí no vamos a hablar, ni de emigración galopante y cualitativamente vomitiva, la que acá se practica, ni de la cuidadosa demolición de nuestra industria y agricultura, es decir de nuestros elementos básicos como modesta nación, en pos de objetivos tecnocráticos de corte biologista y marcadamente nazi/soviético. Nos vamos a centrar en asuntos muy concretos, vinculados al Estado Terapéutico, que alcanzaron una especial intensidad y relevancia, letal relevancia, durante el COVID y que se intensificaron con la presidencia zombi del cochambroso Joe Biden. Recordemos que el asno Aznar estaba con Kamala y cómo el líder del PP en la etapa álgida, un tal Casado, refrendó todas las aberraciones de Pedro Sánchez durante la “pandemia”. Donde Feijoo, el deleznable botarate que nos quieren colocar de presidente de gobierno nuestros oligarcas, fue el más abiertamente liberticida de los presidentes de las Comunidades autónomas.

Dr. Luis Miguel de Benito

En España se sigue tocando el tamtam de las vacunas, en concreto ahora la de la gripe. Los pediatras españoles, sus sifilíticos órganos gremiales, buscan vacunar a nuestros infantes, entre seis meses y cinco años, contra viento y marea. Los niños no son grandes transmisores de la gripe, como correctamente ha aseverado el doctor Luís Miguel de Benito, ni tampoco es recomendable experimentar con ellos por mor de favorecer las ventas millonarias de la industria farmacéutica. Es obvio que si vacunamos en masa a los niños de gripe, sube la gripe en los niños. Tampoco deben vacunarse las mujeres gestantes de manera masiva, como se recomienda impunemente apoyándose en estudios de tres al cuarto, sin grupos de control, que no son otra cosa que mecanismos de promoción de los productos de la industria. Estas actitudes de recomendar vacunarse a los niños que se hacen a las familias, en España no es obligatorio, producen muertes. No toda complicación respiratoria es una gripe y nuestro sistema inmunológico puede combatir esta enfermedad a la perfección en la mayoría de los casos sin vacuna alguna. Más aun los niños.

España está atada en el sector médico a las consignas del Estado Terapéutico norteamericano, ahora en decadencia salvo en lugares como California o Maine. Recientemente el nuevo Secretario de Salud, Robert F. Kennedy Jr. ha puesto en marcha reformas que han puesto rabiosa y contra las cuerdas a la academia pediátrica estadounidense. Lo primero de ello cancelando millones de dólares hacia sus asociaciones, que promueven la vacunación sistemática de los infantes y que llegan en su arrogancia a expulsar de las consultas a las familias que no vacunan a sus hijos. Exigir ensayos sólidos para demostrar la necesidad ineludible de cualquier vacuna debería ser de interés para todos, todos aquellos que consideran que las enfermedades deben ser tratadas con la finalidad de curarlas o paliar sus daños. No es este el objetivo de la industria farmacéutica, ni de sus agregados gremiales, como quedó claramente reflejado durante la etapa del COVID. Es fácil compatibilizar jugosos negocios con operaciones eugénicas que requieren la reducción acelerada de población. Es decir: asesinar en masa, mediante decisiones políticas vendidas por expertos a través de los grandes medios de comunicación de masas.

Robert F. Kennedy Jr. y Donald Trump

Hay que decirlo con claridad: la vacunación infantil, más en las actuales condiciones legales, medicas e institucionales no puede ser considerada, ni incentivada para ello, como uno de los pilares básicos de la medicina moderna. Ni la escuela, ni la guardería pueden convertirse en espacios de experimentación.

Conociendo que exceder las mil palabras es conjurar la no lectura de los textos, adjunto por su interés, relacionado con lo indicado anteriormente y retomando el asunto general de las vacunas y la terrible corrupción que las rodea, una versión libre reducida, el lector dispone del hiperenlace para leerlo en su versión y lengua original, de un artículo publicado hace unos días:

La histeria sobre la concertación en Dinamarca no tiene sentido: se trata de una toma de decisiones clínicas compartida. Escrito por el abogado Richard Jaffe. Aquí va:

La semana pasada, el sector de las vacunas entró en pánico cuando CNN informó que el Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS) planeaba armonizar el calendario de vacunación infantil de EE. UU. con el de Dinamarca. Los titulares gritaban: Dinamarca recomienda solo 11 dosis de vacunas contra 10 enfermedades; EE. UU. recomienda 72 dosis contra 18 enfermedades.

A diferencia de Dinamarca, EE. UU. planea un enfoque más limitado para recomendar vacunas a niños, conocido como “toma de decisiones clínicas compartidas” (Shared Clinical Decision-Making), que no se ha publicado. Esa es la intención latente. El plan no trata de reducir la vacunación, sino de trasladar las vacunas infantiles a la «toma de decisiones clínicas compartidas» (SCDM), dejando atrás las recomendaciones universales obligatorias. Al día siguiente el Washington Post informó lo que CNN había pasado por alto: “decisiones individualizadas y compartidas entre padres y médicos”.

La verdadera historia es la SCDM: ¿qué significa realmente, qué cambia y por qué el mundo de las vacunas le tiene tanto miedo? Permítanse explicar qué cambia realmente y qué no cambia, si las vacunas infantiles se cambian a la SCDM. Pero primero, hablemos de por qué se está dando este debate.

La historia del origen de las vacunas es la siguiente: antes de las vacunas, los niños morían en masa por enfermedades infecciosas. Luego llegaron las vacunas y nos salvaron a todos. Cualquiera que cuestione esta narrativa quiere que los niños mueran. Es una historia impactante. Pero también es falsa. Los datos cuentan una historia diferente. Un estudio financiado por los CDC de John Hopkins (https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/11099582/, publicado en Pediatrics en el año 2000) analizó 100 años de datos de mortalidad en EE. UU. La conclusión: casi todas las reducciones de mortalidad por enfermedades infecciosas ocurrieron ANTES de la introducción de las vacunas.

Agua potable, saneamiento, refrigeradores, mejor nutrición, cloración, inodoros con cisterna. La infraestructura cotidiana de la civilización moderna, no productos farmacéuticos.

El estudio emblemático de McKinlay y McKinlay de 1977 estimó que las intervenciones médicas —incluyendo vacunas y antibióticos— representaron menos del 3,5 % de la disminución total de la mortalidad. Un 3,5 %. Sin embargo, el establishment de las vacunas lleva décadas atribuyéndose el 96,5 % restante. Eso no es ciencia, es marketing.

Lo que amenaza la SCDM es la mitología: la narrativa cuidadosamente construida de que las vacunas son responsables del triunfo de la civilización moderna sobre las enfermedades infecciosas y, por lo tanto, nunca deben ser cuestionadas.

Si los padres pueden tener conversaciones reales sobre el consentimiento informado con sus médicos, si pueden sopesar los riesgos y beneficios reales para cada hijo, todo el edificio empieza a derrumbarse. No porque los padres dejen de vacunar (no lo harán, como veremos), sino porque empezarán a hacerse preguntas. Y el mundo de las vacunas nunca ha tenido buenas respuestas.

Más importante aún, después de 39 años de vivir con la inmunidad (¿impunidad?) del fabricante para los productos que parecen haber jugado un papel importante en el dramático deterioro de la salud de los niños estadounidenses (en mi opinión), ya es hora de que tengamos esta discusión seria sobre si toda esta cuestión de la inmunidad/impunidad está haciendo más daño que bien a los niños estadounidenses.

¿Te atreves a adivinar cuántos otros países en el mundo otorgan inmunidad/impunidad a los fabricantes frente a demandas por daños causados por vacunas?

Países sin vacunación infantil obligatoria (solo recomendaciones) (17 países): Austria, Chipre, Dinamarca, España, Estonia, Finlandia, Grecia, Irlanda, Islandia, Liechtenstein, Lituania, Luxemburgo, Noruega, Países Bajos, Portugal, Rumanía y Suecia. En estos países, se ofrecen y cubren todas las vacunas infantiles, pero los padres deciden. Esto es funcionalmente idéntico a lo que el ACIP (Advisory Committee on Immunization Practices) denomina «toma de decisiones clínicas compartida». Sin embargo, hay una diferencia fundamental: estos países europeos tienen plena autoridad soberana para exigir la vacunación y decidieron no hacerlo.

Los datos internacionales desmienten la premisa de los CDC (Centers for Disease Control and prevention) de que eliminar la libertad de elección parental es necesario para la salud pública. Los países que respetan la libertad médica tienen menor mortalidad infantil, menos enfermedades crónicas y tasas de vacunación comparables. El excepcionalismo estadounidense ha producido niños excepcionalmente enfermos.

La ley federal rusa permite explícitamente a los padres rechazar las vacunas infantiles. No se requiere exención. Simplemente diga que no. ¿El sistema de vacunación «obligatoria» de China? No hay sanciones por negarse. El proceso de toma de decisiones es obligatorio; la vacunación en sí, no.

Mientras tanto, en Nueva York y California, los padres no tienen otra opción: vacuna o su hijo no asiste a la escuela. No hay exención religiosa. No hay exención filosófica. En cuanto a la elección de vacunas infantiles, la Rusia de Vladimir Putin y la China de Xi Jinping ofrecen a los padres más libertad que Nueva York o California. En esos estados (y en Connecticut y Maine), la «tierra de la libertad» se ha convertido en la tierra de «inyecten a sus hijos con lo que Pfizer esté vendiendo este año o les prohibiremos el jardín de infantes; si algo sale mal, mala suerte, no pueden demandar». A mí me suena a extorsión criminal. Algún día, quizá haga algo para contrarrestarla.

Tres cosas importan:

Primero, el encuentro clínico cambia. Los médicos deben discutir los riesgos y beneficios con cada paciente. El consentimiento informado se vuelve real, no un teatro. Segundo, la protección del médico. Los médicos que individualizan la atención —que analizan el historial de cada niño en particular y toman una decisión— ya no pueden ser llevados ante las juntas médicas por «desviarse del estándar de atención». El estándar de atención se convierte en una evaluación individualizada. Tercero, la coerción en la práctica se debilita. «Vacunarse o abandonar nuestra práctica» se vuelve más difícil de justificar cuando el propio ACIP afirma que es una decisión individual. Esto no es nada. Es un paso en la dirección correcta: tratar las vacunas como cualquier otra intervención médica, sujeta al consentimiento informado y al juicio profesional.

Pero el Verdadero Miedo como lo califica Jaffe está en…

No temen que la SCDM cambie las tasas de vacunación. Los datos demuestran que no lo hará.

Temen perder la narrativa de la compulsión. Ese «los CDC y la AAP (The American Academy of Pediatrics) lo dicen, cállense y obedezcan». La autoridad para castigar a los médicos disidentes. El poder de etiquetar a los padres que cuestionan, como «antivacunas».

La SCDM trata las vacunas como los medicamentos que son. Y, al parecer, eso es intolerable para la mafia de las vacunas. Así que, parece que toda esta histeria no se trata de proteger a los niños, sino de proteger un sistema que no tolera las preguntas.

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