MISINFORMATION

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El vuelo de los cerdos en la era de la Supermente

Frank G. Rubio

Un avieso espectro recorre de manera febril las autopistas donde la opinión pública regurgita velozmente lo real: la desinformación. Soy de los que creen, aviso desde el principio, que hablar de “fake news” es absurdo, otro hablar por hablar consagrado por nuestra sociedad de la comunicación como ineludible procedimiento evocador de “lo humano demasiado humano” que se supone objetivo final de la democracia de masas.

Nada más falso sin embargo que tratar de captar lo real, algo muy similar a acercarse a la verdad de los hechos en las palabras, que lo que denominamos “actualidad”. Esta abraza, aquí y ahora, el noventa por ciento de lo noticiable. Supongo que con esto me estoy cargando gran parte de lo que se autodenomina “periodismo”, el espacio conceptual y sensible que forja las identidades de los ciudadanos… tanto de las democracias, como de las autocracias o los totalitarismos. Su imperio abarca hoy la política en su integridad y se ha extendido, como una mancha de aceite, a la academia y la vida cotidiana. Lo total no está ya sólo en el Estado, lo total está en la información o lo que entendemos, o nos tratan de hacer entender, como tal.

No había salud fuera de la Iglesia en el pasado, nos repetían cadenciosamente desde el púlpito. Tampoco era factible la vida humana fuera del Estado, atronaban periódicos, películas y radios en un pasado cercano que aún persiste con nosotros. No hay realidad que valga la pena considerar ajena a la Información, nos comunican aquí y ahora en la era de la domesticación digitalizada del orbe por miles y miles de pantallas. Occidente ha consagrado en su despliegue triunfal, de manera secuencial, estas sublimes “verdades”. Pero hay algo sin embargo que rechina en ellas.

De la noche a la mañana alguien “descubrió”, desde el periodismo, que existían las “noticias falsas”. Suena a broma, incluso a la más deleznable forma de desinformación existente: la destinada exclusivamente a confundir a los receptores. Típica de las guerras, donde la verdad está proscrita de toda posibilidad de manifestación. La desinformación pues, la de los otros (no la propia), se ha convertido en tópico general y por ello en objeto de prédica y movilización.

No voy a dedicar mucho tiempo o espacio a este asunto porque sé que es contraproducente tratar de mantener la atención de las bellas personas que están leyendo este texto más allá de unos cuantos minutos o renglones. Vamos pues, y terminamos, planteando al lector una problemática que sólo él puede resolver. Salvo que, ahogado por el fragor de las redes sociales, se niegue a reconocer la sabiduría autorizada que vehiculan los medios de comunicación hegemónicos u oficiales.

¿Enunciados como los de Juan Luis Cebrián o Pedro Almodóvar constituyen desinformación?     

El PSOE no es un partido, es una secta y amenaza con ser una mafia. Nos dice el primero en un periódico. Parece convincente desde los hechos.

Los bulos deberían penalizarse porque están crispando la sociedad. Nos dice el segundo desde el Festival de Venecia. Parece comprensible viniendo de quien viene. Pero no como verdad.

La verdad es la verdad, la digan Agamenón o su porquero, y si el primer enunciado encaja con lo real, el segundo es fácilmente comprensible pero no como verdad sino como triste y demediada realidad. Un cerdo puede volar, pero sólo en un container habilitado específicamente para ello, incluso puede llegar a hablar también si un ventrílocuo profesional como Mr Handsome le pone voz.

Al final del camino, el eterno retorno de lo mismo eran los periódicos…

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