Centro de Estudios de la Estulticia Medioambiental

El Régimen del 78, esa burda pareidolia que se presenta como Monarquía Constitucional para que el pueblo español vea la cara de la democracia que nos hemos dado, avanza en sus objetivos de disolución de la nación española, empobrecimiento y sometimiento de las masas y sumisión a los dictámenes de las fuerzas que mueven a los títeres que se suceden en el “Gobierno de España”.
Reconocidos papanatas repiten una y otra vez que la Historia de España alcanza sus mayores éxitos y las más altas cumbres de progreso y libertad a partir de la llamada Transición a la Democracia y la firma por el Rey Juan Carlos de la Constitución del 78 estableciendo como dogma fundacional que el periodo que transcurre entre la muerte de Francisco Franco y los primeros años veinte del siglo veintiuno son los mejores borrando de un plumazo la historia larga, poderosa y fecunda, con éxitos extraordinarios y fracasos dramáticos que protagonizó la nación española. La repetición de una idea tan ridícula, tan evidentemente falsa, una idea de una estupidez abisal, presenta el primer trazo para dibujar la patética pareidolia que pretende crear la cara amable de un sistema que el pueblo debe percibir como democracia benefactora cuando en realidad oculta un meticuloso engranaje de sometimiento. La idea de que los españoles son unos inútiles ancestrales, unos fracasados que se van redimiendo bajo la democracia instaurada en el 78 es fundamental para taladrar la autoestima de los ciudadanos y convertirlos en súbditos de una Satrapía.

El fracaso histórico de los españoles y su incapacidad casi genética para el progreso debe corregirse mediante gobiernos progresistas que inicien la Historia del País partiendo de cero pues nada, o muy poco, se puede salvar de un pasado abominable. La idea de fracaso e impotencia es la clave de bóveda del andamiaje dirigido a convencer a los españoles de que su redención pasa por convertirse en una sociedad ancilar, servil y agradecida a sus amos. La destrucción de la autoestima de una nación es el primer paso para su fragmentación y el reparto de los trozos resultantes entre los designados por el sistema de poder, ese engranaje que se pretende oculto y crea la imagen hipnótica de una democracia. Avergonzarse de ser español es el primer paso para obtener el carnet de demócrata y poder aspirar al beneplácito del Régimen.
El desprecio a España y a los españoles y el intento sostenido en el tiempo para convencerlos de su inutilidad manifiesta y necesidad de redención sostiene y construye al Régimen del 78. La redención de los españoles pasa por reconocer como superiores aquellas naciones que no comparten esa lacra y se realiza mediante la sumisión al bien superior de la nación vasca y catalana que no padecen el estigma de la españolidad pero comparten, obligadas, el mismo Estado. Las fuerzas progresistas deben profundizar en el reconocimiento de esos hechos diferenciales, el mero hecho de ponerlos en duda o negarlos supone la retirada inmediata del carné de demócrata.

El asesinato del Almirante Carrero Blanco, su chófer José Luis Pérez Mogena y el escolta Juan Antonio Bueno Fernández marca el pistoletazo de salida (explosión planificada y realizada con tecnología inalcanzable para ETA sin ayuda altamente cualificada, en el 11 de marzo de 2004 se volvieron a producir explosiones de realización y planificación absolutamente imposibles para sus supuestos autores) de la Transición y la encamina en la dirección correcta. El 20 de diciembre de 1973 España era la octava potencia económica del mundo con un programa ambicioso y avanzado tecnológicamente para la explotación de centrales nucleares y el potencial de llegar a desarrollar la bomba atómica, algo inaceptable para los poderes interesados en dirigir la política española en el futuro cercano e irremediable de la muerte de Francisco Franco. El Almirante Carrero Blanco no suponía una amenaza a la evolución hacia un sistema homologable con los demás países europeos pero sí presentaba un problema a eliminar cuando el objetivo a alcanzar consistía en cercenar la posibilidad de que esa evolución llevara a España a representar un papel relevante con voz propia en el reparto de poder mundial, España debía ser neutralizada antes incluso del inicio de cualquier proceso político que la pudiera definir como actor independiente en la farsa mundial.
Giscard d’Estaing protegió y potenció a la organización terrorista ETA durante los años clave de la Transición como herramienta ejecutiva de la política del Estado francés en España. El Presidente de la República tuvo como objetivo devolver a España a la situación política de sumisión pretendida desde la invasión napoleónica, sumisión impulsada desde el interior por terminales cipayas de distinto amo que trabajaron con ahínco y convencimiento ilustrado para convertir a España en una satrapía.
La «democracia que nos hemos dado» es el engaño perfecto para proyectar en la masa nunca articulada la responsabilidad del expolio y su propia explotación, una trampa rastrera de un sistema manejado por cipayos que adjudica a «los españoles» la responsabilidad de la abyección que impone, un sistema casi perfecto que destruye cualquier intento de sacar la basura.