KILL THE FREAK

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Jesús Palacios

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Igual va siendo hora de matar al freak. Sí, sí, habéis leído bien: matar al freak. Porque aquello que no se destruye de vez en cuando y se reinventa, se vuelve viejo y macilento y revienta. Se desgasta, agota y pervierte, haciéndose merecedor de una necesaria y reparadora muerte. En los últimos tiempos –casi en sentido escatológico, por cierto-, lo freak ha caído en manos de algo, de hecho, mucho peor que la muerte: el hípster. O si se prefiere, el hipsterismo. Cogiendo el cine de género por donde más duele, la oleada hípster prefigurada por el indi de los 90 y los modernos de los 80 del siglo pasado, mucho más honestos pero con su parte de culpa en la masacre, lo ha convertido en un vehículo sanitizado y pretencioso de mensajes políticamente correctos, estéticas vacías, nostalgia impostada y modas espurias, desprovisto de auténtico pasado y presa de la carencia de futuro, atrapado en un callejón sin salida de propuestas graciosas sin gracia, a menudo moralistas, apropiaciones indebidas de los clásicos sin el descaro de la copia barata y genuina, dirigido todo a un público de enterados que no se enteran de nada. Porque este rollo hípster que afecta al cine de género en particular y a muchas cosas más en general, no es más que otra siniestra y hábil reificación de aquello que se salía de los márgenes de la normalidad, por arriba y por abajo, para convertirlo en consumible aceptable y disfrutable por quienes no podían ni querían disfrutar del auténtico cine de género, puro y duro. Es convertir la vieja, indigesta y golosona comida basura en producto ecológico de tienda de comercio justo (¿comercio justo?, vaya chiste), los excesos del cine realmente extremo, para yonquis cinéfagos y obsesos, en castrado animal de compañía, mascota doméstica e inofensiva. Es hacer porno para todos los públicos.

El nuevo freak no sabe reírse con el buen cine malo, sino que se ríe de él como si le avergonzara disfrutarlo, pese a organizar festivales dedicados al mismo. No entiende que una mala película de marcianos o amazonas pueda gustarte más, mucho más, que una obra maestra de la comedia romántica o que el mejor drama bélico, porque salen marcianos y amazonas. Y que te gusta de verdad. No entiende que el cine extremo está para romper los límites del gusto, la paciencia y la moral. Que los mensajes no hay que ponerlos en negrita y destacados, sino leerlos entre líneas y descubrirlos por tu cuenta… Si es que hay alguno que leer.

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Hoy todo el mundo es o dice ser freak, lo que, por supuesto, es una contradicción en sus términos, ya que el freak es, por definición, el monstruo, el diferente, el marginal y marginado. Pero si hoy te gustan Star Wars o Star Trek, los superhéroes Marvel o D. C., los asesinos psicópatas y los zombis, los videojuegos y los cómics, los terrores con niños de los 80, Stephen King, el manga y las artes marciales, eres un listo. Un apocalíptico integrado, o sea: de pega. Porque en la mayoría de los casos, si no todos, estás fingiendo. No te gusta el Space Opera, sino su degradación, pues basta comparar la original La guerra de las galaxias con lo que hoy es su universo o la serie primigenia de Star Trek con sus últimas entregas cinematográficas. No te gustan los verdaderos superhéroes, ridículos y entrañables con sus pijamas ajustados y capas de colores, sino sus versiones impostadas, oscuras y grises, agobiadas por problemas existenciales más absurdos, en verdad, que todos sus superpoderes. No entiendes la diversión caníbal, salvaje y brutal de los muertos vivientes de Romero, ni por qué la sangre, la muerte y los asesinatos importan más en las hazañas de un psychokiller que su pasado atormentado o sus motivaciones para matar (¿alguien las necesita en una buena peli de terror?). Ni que los niños y adolescentes de los 80 no eran como los muestra Stranger Things, sino como los ves en Noche de miedo o Jóvenes ocultos. De Stephen King has cogido lo peor, sólo hace falta ver o leer el It original y compararlo con su nueva versión desangelada y traicionera. Dices que eres fan de Tarantino pero… ¿has visto alguna de las películas de los años 60 y 70 que Tarantino copia, homenajea, plagia y ama? ¿Te gustan de verdad los spaghetti westerns, los gialli, los poliziescos y polars, los soja westerns y los apocalipsis caníbales y urbanos del cine italiano? Digo si te gustan de verdad. No que te rías de ellos, no que los aplaudas en ceremonias de confusión y hastío estilo CutreCon y similares, sino que los veas solo en casa, sin necesidad de presumir ni hacer el paripé delante de nadie, sin novia ni colegas, solo contigo mismo y tus mecanismos, sin coartadas ni chistes en voz alta. Que sólo ante la pantalla de tu ordenador o de tu televisor, solo ante el peligro, digas: voy a ver 2019, tras la caída de Nueva York. Lo dudo. Seguramente te pondrás la nueva serie de moda estilo Netflix o HBO. Que es donde está el buen cine. Ja.

Desde que el cine de género, incluso el más extremo y salvaje, ha encontrado su nicho en festivales como Sundance o Toronto, desde que los hermanos pequeños reinventaron sus recuerdos de los años 70 y 80 que nunca vivieron, desde que las gafas de pasta y las barbas invadieron el sagrado espacio del cine de barrio y el videoclub, espacio mental sin fronteras entre el buen y el mal gusto, el género vive su peor, más aburrido y gris momento. Lleno de remakes sin gracia y versiones de los mitos y temas clásicos a las que se añaden groseros mensajes morales y sociales que antes estaban (si lo estaban) implícitos o escondidos, para justificar que disfrutemos de la sangre, el sexo y los sustos, avergonzados porque nos han dicho que el género es misógino, fascista, vulgar y reaccionario, y por eso a la fuerza hay que reciclarlo en feminista, liberal, sofisticado y progresista. Desde aquí hago un llamamiento urgente: ¡hay que sacar el cine de género de manos de los hípsters! Basta de monstruos buenos, de alienígenas y zombis como metáfora de la inmigración, la marginación social o la incomunicación. De asesinos y superhéroes con problemas morales, víctimas del bullying o los malos tratos. De copias en gris del cine color neón de los 80. De excusas y coartadas. ¡Devolvednos lo que es nuestro! Parece mentira que tenga que ser una película tan sencilla y esencial como Déjame salir la que nos sirva para cerrar este balance, porque su lección es clara: pura blaxploitation puesta al día, cine de terror de Serie B que, ironías del hipsterismo, llega hasta los Oscar porque el negro es bueno y los malos blancos de clase alta, pero que en todo lo demás es la misma y vieja buena mierda de siempre: terror pulp, humor negro (sin segundas), ciencia ficción cutre, paranoia, venganza, tortura, retribución y catarsis. ¿Habrá entendido alguien su verdadera lección?

 

 

Un comentario Agrega el tuyo

  1. ataulfo dice:

    Esto es como criticar a los iron maiden porque tras 15 discos que suenan iguales con canciones alegóricas sobre la muerte, hagan uno diferente más desenfadado y superficial. Se han vendido! No, están hasta el monguer de hacer lo mismo y tienen derecho a cambiar, y lo mismo pasa con el gusto general del público. No les molaba el cutrerío como a ti y ahora se lo dan filtrado y les mola porque brilla, y a ti te inflama porque no es el original. Y qué? Deja el pasado estar, qué sentido tiene volver a ello, ni con blandurria purpurina como ahora hace el mainstream ni como tu purista y carca opinión sugiere. Es mejor encontrar lo nuevo, lo que se está haciendo ahora que va contra sistema y que te estás perdiendo por mirar atrás a los tiempos que fueron mejores y mirar al mainstream desde la superioridad moral del verdadero freak. Menos criticar HBO y Netflix, que son de las plataformas que más libertad creativa dan y más buscar entre su catálogo que hay maravillas ocultas. Para que los creadores de verdad puedan crear tienen que ganarse el pan, si no les rastreas y apoyas ahora prepárate al desierto audiovisual.

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